Elecciones 2024
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Corrieron al entrenador de la selección nacional, Miguel El Piojo Herrera. Es el noveno entrenador corrido en diez años.

Está claro que se trata de un puesto imposible en un campo de alto interés público, pues la camiseta del Tri es uno de los tres o cuatro símbolos de todo lo que fue el nacionalismo mexicano.

A Herrera lo corrieron luego de ganar la Copa Oro contra Jamaica, en medio de una tormenta de sospechas por sus victorias sobre Panamá y Costa Rica.

Con un penalti en el último minuto de los tiempos extras, México ganó a Costa Rica. Con un penalti de último minuto en tiempo reglamentario empató a Panamá y con otro penalti en tiempos extras le ganó.

Parte de la afición y de los medios mexicanos se llamaron a agravio porque el árbitro se había equivocado a su favor. Misterios mexicanos: si el árbitro pita en contra nos enojamos, si nos pita a favor, también.

México ganó 3-1 la final, jugando bien y con un gol de bandera de Andrés Guardado. Al terminar el juego, en la conferencia de prensa, Miguel Herrera se mostró ecuánime, hasta frío.

Al día siguiente, echó la ecuanimidad por la ventana. Al coincidir en el aeropuerto en el viaje de regreso, trató de golpear a un periodista. Y perdió todo lo que había ganado.

El Piojo fue despedido de su puesto por agredir al periodista. No hay cómo defenderlo. Nadie, sino él puede vencer su pulsión de autoderrota luego de triunfar, aunque debo decir que, en materia de futbol, el ardor plebeyo de El Piojo tiene mis simpatías sobre el buen y el mal humor de sus críticos.

El episodio no tiene discusión: corrieron merecidamente al Piojo. Pero que sea el noveno entrenador corrido en diez años dice que hay algo sistemático en el fracaso de quien tiene el puesto de entrenador nacional.

Hay algo en el puesto mismo que hace imposible salir bien librado de él. Es la institución la que está enferma, no los entrenadores.

Mañana mi opinión sobre esta “enfermedad”.

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