México cruza por una fase de indignación aguda. Su lenguaje público, mediado por el odio y el hartazgo, abunda en insultos y descalificaciones. La indignación es un termómetro del estado moral de una sociedad. Su ausencia es síntoma de indiferencia o servidumbre ante las injusticias del mundo. Su abundancia indica una ruptura entre la sociedad … Continued
México cruza por una fase de indignación aguda. Su lenguaje público, mediado por el odio y el hartazgo, abunda en insultos y descalificaciones.
La indignación es un termómetro del estado moral de una sociedad. Su ausencia es síntoma de indiferencia o servidumbre ante las injusticias del mundo. Su abundancia indica una ruptura entre la sociedad y el gobierno, un desencuentro de los ideales con los hechos, de las exigencias con las respuestas públicas.
La indignación puede inducir cambios duraderos, aunque lo que suele pedir son cambios perentorios. Exige de sus políticos soluciones prontas, tajantes, contundentes, tal como dice José Antonio Aguilar Rivera en un preciso alegato sobre el tema. [1] Es una pasión ciega que se alumbra con su propia fosforescencia.
Agrego que la indignación es por su naturaleza misma pasajera. Lo increíble que sucede en estos días en México es que gobierno y políticos echan cada semana nuevos materiales indignantes a la hoguera.
A mí me han servido esta semana mi propio plato inflamatorio con la aparición en la portada del Hola, y en 18 páginas interiores, de la primera dama, Angélica Rivera, en su pasarela fotográfica por el viaje oficial del presidente Peña Nieto a Gran Bretaña.
La pasarela fue, en realidad, por las páginas de una revista cuyos criterios de ostentación social deberían estar prohibidos para todo personaje que haya encumbrado una democracia.
Ya es odioso que se exhiban así los ricos y los famosos, como maniquíes de su riqueza y de su fama. Es inaceptable que lo hagan, con ostentación de joyas y atuendos de marca, quienes, a querer o no, representan a un país de tradiciones republicanas, cuya virtud obligada es la austeridad: la digna, sobria, orgullosa medianía.
Que los políticos mexicanos, empezando por el Presidente, no practiquen esto y anden por su país y por el mundo exhibiéndose como ricos y famosos, rodeados de ostentación y privilegios, explica en parte del desprestigio que los persigue. Se lo están ganando a pulso.
[1] “El papel político de la indignación”, Nexos núm. 446, febrero 2015)