Elecciones 2024
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Alguna parte de nosotros merece que el gobierno haya dado a la CNTE facultad para revisar los libros de texto que educan a nuestros hijos… si vivimos en un país donde los ciudadanos gastan 500 pesos en libros al año, y tres mil pesos en alcohol y cigarros al mes.

La más actual encuesta del Inegi indica que nos instruimos muy poco a través de la lectura, por falta de tiempo e interés; mientras preferimos dedicar los ratos libres a beber alcohol y fumar.

Un campo de cultivo fértil para que los próximos votantes sean presa del encantamiento del populismo y de su comunicación facilona, que se ceba en quienes no desean esforzarse por pensar y prefieren escuchar soluciones fáciles.

Así serán los próximos votantes si se tiene en cuenta que 70 por ciento de nuestros alumnos de educación básica es incapaz de leer con fluidez y comprender textos, y sólo tres de cada 10 están dentro del estándar de lectura y comprensión, según datos de la SEP.

Y, en el más reciente informe PISA, que es el examen internacional de mayor reconocimiento, nuestros niños no aprobaron un solo examen de ciencias, lectura ni matemáticas. Eso, sumado a que ya los maestros no deben someterse a evaluaciones para medir su capacidad profesional.

La CNTE consiguió que fuese cancelada la Reforma Educativa que buscaba establecer, por primera vez en más de un cuarto de siglo, las bases para el Servicio Profesional de Carrera Docente y acabar con las plazas vitalicias y hereditarias, entre otros vicios.

Sí: la misma CNTE, como parte de los acuerdos con el gobierno actual para tumbar aquella reforma, logró también la responsabilidad de revisar los contenidos de los libros de texto gratuitos del próximo ciclo escolar 2019-2020 y asegurarse de que contengan elogios al comunismo.

Es la misma CNTE cuyos maestros no impartieron clases en un curso completo en ninguno de los últimos 30 años al promedio de cuatro millones de estudiantes que atienden como promedio, cada año, en Oaxaca, el estado más pobre del país.

Eso ocurre en un México donde los ciudadanos gastan al año en alcohol y cigarros 80 veces más que en lectura, y su mayor intento por ilustrarse, mediante las letras, es que el 42.2 por ciento lee un solo libro al año. Según el Inegi, ni siquiera la mitad de nosotros no lee un libro al año.

Un público excelente para consumir a diario (por todas las vías y a cantidades casi incuantificables) mensajes simplificados que no exigen esfuerzo intelectual alguno, porque están armados con base en dicharachos, ocurrencias y chistoretes.

Ese público al que las futuras generaciones culparán cuando lean a Kolakowski:

“En política, ser engañado no es excusa”.