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Cada día más lejos de Dios y más cerca del manicomio, el presidente Trump decidió, el pasado martes, que el planeta entero es culpable de enviar drogas a Estados Unidos. Que Colombia, Venezuela, o cualquier país que produzca desde cocaína hasta jarabe para la tos debe temblar. Que el mar Caribe es propiedad privada. Y que bombardear lanchas “sospechosas” es, en realidad, un acto humanitario, casi filantrópico. ­

Iluminado por su gabinete —caterva de aduladores que consideran el del magnate como “el gobierno más inteligente de la historia, al servicio del mejor presidente”— Donald Trump salió con la declaración más loca y peligrosa de los últimos tiempos: atacará militarmente a cualquier país que envíe drogas a Estados Unidos. Defendió, con la firmeza de un fanático, los bombardeos a lanchas en el Mar Caribe y en el Pacífico. No había pruebas de que llevaran drogas, pero eso no importa, en la lógica del presidente gringo, toda lancha sin turista blanco con cámara réflex es sospechosa.

Más aún, declaró que cada embarcación hundida “salva la vida de 25 mil drogadictos”. Veinticinco mil. No veinticuatro mil novecientos noventa y nueve. No veintiséis mil. Veinticinco mil exactos, como si cada lancha viniera equipada con un contador –marca Acme- adaptado para calcular con exactitud el número de adictos en riesgo.

Por cierto, ¿qué hace el gobierno de Trump para rehabilitar drogadictos cuando no está ocupado hundiendo pescadores, migrantes y lanchas con motor fuera de borda? Porque, suponiendo sin conceder, que las lanchas trajeran droga, el hundimiento solo produciría dos cosas: La muerte de los tripulantes, culpables de existir cerca del radar equivocado; y el encarecimiento del producto, lo que los expertos en negocios y comercio llaman “oportunidad de mercado”.

La amenaza del inquilino de la Casa Blanca que tiene la convicción de que todo aquel país que produzca droga y la venda a Estados Unidos será atacado, ha generado que la geografía sudamericana se esté preparando para un ataque aéreo masivo por culpa del narco y de un presidente que cree que la diplomacia es un videojuego.

Trump afirmó que Colombia “está fabricando cocaína” como si hablara de una fábrica de microchips instalada en Medellín. Según él, el país sudamericano tiene “plantas que la producen”, confundiendo quizá plantas químicas con plantas botánicas. Y si de “plantas peligrosas” se trata, conviene recordar que Venezuela también tiene plantas… pero de una droga llamada petróleo, mucho más adictiva para las grandes potencias que la cocaína para los ejecutivos de Wall Street.

En la reunión de gabinete del pasado martes —esa puesta en escena donde el presidente brilló más que el sol y el secretario de Guerra, Pete Hegseth, no ocultó que disfruta más la sangre que los estudiantes universitarios un pase de cocaína en la fiesta de la fraternidad Phi Beta Kappa— Trump anunció que Nicolás Maduro “pronto dejará el país” (Venezuela). No ofreció pruebas, solo ese entusiasmo mesiánico de quien cree que el mundo es un set de televisión y que, si él da la orden, los personajes deben obedecer el guion.

Y en medio de esta guerra global contra las plantas, las lanchas y la química orgánica, surge una pregunta inevitable: ¿qué pasará con México?

Trump no lo dijo explícitamente este martes, pero, es probable que, según su doctrina, si la droga pasa por México, México también sea sospechoso. Es decir, México no necesita ser el país de origen para ser regañado. Le basta ser país de tránsito. Como si un aeropuerto fuera culpable de los vicios de sus pasajeros.

Por lo pronto, los mares están nerviosos, Colombia está revisando si de verdad es un país o un laboratorio ilegal, Venezuela no sabe si se queda sin Maduro y Maduro ignora si se queda sin Venezuela. Mientras tanto, México se pregunta: ¿Cuándo se acabó la cordura y por qué nadie nos avisó?