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No deja de ser preocupante que después de la ominosa era del Holocausto, el genocidio racial perpetrado por los nazis, la humanidad no haya vuelto a vivir una era de terror racial como la que está viviendo hoy en día ante la inhumana política hacia los migrantes demostrada por Donald Trump, presidente de Estados Unidos para desgracia del mundo.

El Holocausto fue la persecución y el asesinato de millones de judíos perpetrado por el Estado alemán en manos del nazismo. Los nazis que llegaron al poder en Alemania en 1933 creían que los alemanes eran una raza superior y que los judíos, considerados una raza inferior, eran una amenaza extranjera para la comunidad racial alemana.

Hasta hace un lustro se pensaba que durante este periodo perdieron la vida seis millones de judíos, pero estudios realizados en el año 2013 por el Museo del Holocausto de Washington triplican la cifra. Se calcula que durante este doloroso lapso histórico perdieron la vida entre 15 y 20 millones de seres humanos, principalmente, judíos. Aunque también fueron víctimas del genocidio nazi los gitanos, los polacos, los rusos y los homosexuales.

Afortunadamente, la humanidad está lejos de vivir una era como la que provocó el nazismo, pero el talante de Donald Trump está cercano al de Adolf Hitler, el inspirador de tan nefasta doctrina política. Donald y Adolf no sólo comparten un discurso agresivo y descalificador. Trump retoma de su ancestro ideológico las ideas nacionalistas, proteccionistas, xenófobas y misóginas.

La última de las acciones de intransigencia racista puesta en práctica por el magnate devenido, para desgracia del género humano, en presidente del país, todavía, más potente del planeta, fue la cruel política denominada “tolerancia cero” hacia los migrantes, consistente en que quienes cruzan la frontera de manera ilegal son procesados por la vía criminal. Aquellos migrantes que viajan con menores son apartados de ellos —muchos de éstos de corta edad—. Los niños separados de sus padres son encerrados en jaulas como si fueran animales.

En un video propagado por Propublica —agencia independiente de noticias, sin afán de lucro, radicada en Manhattan, Nueva York—, puede verse a los infantes hacinados en una jaula. Los más pequeños lloran, mientras que un guardia —de seguro es admirador de hueso anaranjado de su presidente— se mofa de ellos. ¡Mal rayo lo parta!

La crueldad demostrada en el video de Propublica horrorizó a la primera dama del país, Melania Trump, quien a través de su portavoz hizo saber lo siguiente: “La señora Trump odia —verbo de uso común en esa familia— ver a los niños separados de sus familias (…) Ella cree que tenemos que ser un país que siga todas las leyes, pero también un país que gobierne con corazón”. (Resulta inexplicable por qué la señora Trump no aprovechó que el pasado día 14 fue cumpleaños de su orate marido para regalarle una bonita camisa de fuerza).

El “síndrome del Jamaicón”

Pero por un pinche loco no nos vamos a salir de la onda futbolera que traemos en esta columna. El día de hoy mi comentario será sobre el origen del mal nacional llamado “Síndrome del Jamaicón”.

El futbolista José Villegas Tavares, al que apodaron desde chamaco el “Jamaicón”, nació en la fábrica tapatía La Experiencia que tantos buenos jugadores ha dado al futbol nacional. Fue un destacado defensa izquierdo del Campeonísimo Guadalajara —obtuvo 8 títulos de liga—. Memorable fue su actuación frente al Botafogo que traía al campeón del mundo “Garrincha”, como su máxima atracción, sencillamente lo secó.

Sus méritos deportivos lo hicieron ser seleccionado nacional. Antes de jugar el Mundial de Suecia 1958, la selección mexicana, por primera vez al mando de Nacho Trelles, jugó varios partidos previos en Canadá y Portugal. En Lisboa, nuestros jugadores fueron invitados a una gran cena. Durante la cena, don Nacho notó la ausencia de Villegas; salió a buscarlo. Lo encontró en un patio, sentado, cabizbajo y con lágrimas en los ojos. ¿Ya cenaste José? —preguntó el entrenador. “Cómo voy a cenar si tienen preparada una cena de rotos. Yo quiero unos buenos sopes o un rico pozole y no esas porquerías que ni de México son”.

A partir de ese día el “Jamaicón” se vino abajo anímicamente. Todo el tiempo se le iba en añorar la gastronomía tapatía y en llorar por su lejana madrecita. Ahí surgió el “síndrome del Jamaicón” y lo padece todo aquel mexicano que al estar lejos de su patria extraña los antojitos mexicanos y no puede olvidar que como México no hay dos.

Todavía, Trelles en 1962 seleccionó al “Jamaicón” para el Mundial de Chile (si hubiera sido ahora lo gana Zague). Según cuenta Luciano Wernicke, en el partido inaugural México-Brasil, Zagallo metió el primer gol y Villegas “cayó en un pozo depresivo”. Don Nacho se paró de su asiento para alentar a su jugador. El abanderado no se lo permitió. Entonces, le pidió su cámara a un fotógrafo y con ella, en un momento propicio, se metió a la cancha para animar a su jugador. “Lo malo es que los rivales se dieron cuenta, me delataron con el árbitro y me expulsó” —comentó don Nacho tiempo después.

Hay mucho que contar de don Nacho Trelles, hombre leyenda del futbol mexicano.