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Con el arribo de la pretensiosamente llamada Cuarta Transformación, México entró en una pendiente casi vertical en la que conforme más caemos, más velocidad adquiere la caída. En un periodo tan corto como seis meses y medio, el país no cesa de precipitarse rumbo a la nada, con el agravante de que quienes ostentan el control (un control que no controlan) no sólo no aceptan que vamos en descenso libre, sino que se encuentran convencidos de que estamos “requete bien”. De ese modo, cualquier posibilidad de corrección, de meter freno y tomar un rumbo que evite la catástrofe, no sólo es despreciado sino que, en una actitud de escalofriante irresponsabilidad y espeluznante soberbia, se insiste en que el camino es el adecuado y que por el mismo seguiremos hasta estrellarnos con la cruel y despiadada realidad.

Lo vemos claramente en el caso del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México (NAICM, al que ahora quieren sepultar bajo el agua en un acto bárbaro y talibanesco). Si un error marcó y sigue marcando al obradorato es el de cancelar el proyecto aeroportuario de Texcoco, error que se potenció con la ideota de llevar ese proyecto a la inadecuada y descalificada zona de Santa Lucía. Todo por un capricho presidencial influido por los “consejos” interesados del muy cercano amigo y contratista del primer mandatario, el inefable ingeniero José María Riobóo, quien no había logrado contratos en Texcoco y ahora tiene en sus manos –por interpósita persona, su socio, el ingeniero agrónomo (¡otro ingeniero agrónomo!) Sergio Samaniego Huerta– el aeropuerto de Santa Lucía y el negociazo que este representa.

Una de las razones que dio Andrés Manuel López Obrador para cancelar el NAICM de Texcoco fue la corrupción que presuntamente había en el proyecto, corrupción que a medio año y pico de gobierno no ha sido comprobada y por la cual no existe un solo acusado. ¿No hay en cambio corrupción en la adjudicación directa de Santa Lucía al consentidazo grupo Riobóo? Es pregunta.

El error de Texcoco, decía, fue lo que marcó el inicio de la debacle económica que hoy estamos viviendo y que amenaza con llevarnos a una recesión. Si a ello le añadimos los machetazos al presupuesto por parte de la Oficialía Mayor de la Secretaría de Hacienda, capitaneada por la señora Raquel Buenrostro (no debemos olvidar ese nombre), quien es el cerebro del plan de despidos y recortes que tanto daño han causado en el sector Salud y en muchos otros, no hay razón para extrañarse de la pésima situación de nuestra economía, a pesar de que el gobierno recibió en diciembre un país con finanzas sanas y reservas monetarias suficientes.

Pero está también el problema de la inseguridad y la violencia. Cierto que venimos de dos sexenios marcados por esos dos factores. Sin embargo, en tan sólo seis meses ambos se han incrementado de manera brutal, sin que haya a la vista un plan para contenerlos. AMLO parece indiferente ante esta desgracia que tanto golpea a los mexicanos y muestra una insensibilidad incluso burlona que estremece.

En el caso del secuestro y asesinato del estudiante universitario Norberto Ronquillo, esta insensibilidad quedó de manifiesto cuando las autoridades judiciales capitalinas reportaron el caso (antes de que se conociera el fatal desenlace) sin mencionar el nombre de Norberto y refiriéndose a él como un “estudiante de una universidad privada”. Como si ese simple hecho disminuyera su calidad de víctima. Sólo les faltó decir que el muchacho era un fifí y que por ello no importaba tanto. Cuando apareció el cadáver, las críticas en las redes sociales no se hicieron esperar y miles de personas pidieron la renuncia de la jefa de gobierno de la Ciudad de México. Pero el presidente de la república salió en su defensa y mientras los deudos de Norberto Ronquillo velaban sus restos, al mismo tiempo López levantaba la mano de Claudia Sheinbaum mientras gritaba la consigna “¡No estás sola, no estás sola!”, en uno de los actos más vergonzosos de que se tenga memoria en mucho tiempo.

Por si lo todo anterior no fuese suficiente, ahora tenemos encima a ese buleador profesional que es el presidente estadounidense Donald Trump, ante quien el tlatoani de Macuspana ha mostrado un miedo más que evidente (respeto, lo llama él) y por ello ha accedido a convertir a México en un muro de contención contra la inmigración centroamericana que quiera entrar a los Estados Unidos. Alojamiento, servicios de salud y hasta empleo ha ofrecido nuestro gobierno a las miles y miles de personas que pidan asilo al vecino país del norte. Es decir, todo lo que le está negando a miles y miles de mexicanos, a quienes está dejando sin trabajo y sin servicios de salud, debidamente asesorado por la implacable y carismática señora Buenrostro (irónico apellido el de esta doñita).

Tragicomedia mexicana 4.