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El pasado lunes comenzó en el Vaticano el Capítulo General ordinario de los Legionarios de Cristo. Capítulo General se le denomina al máximo orden de gobierno de una congregación reunida en asamblea para examinar los asuntos de la cofradía, sus intereses, negocios, errores y faltas. Si el tema de los negocios para esta institución eclesiástica siempre ha sido prioritario, no en balde se les conoce como “Los Millonarios de Cristo”, esta vez, sin dejar de ser importante, el asunto económico ocupará un segundo plano, debido a que la atención estará puesta en otra especialidad de la casa: la pederastia.

En concreto, esta vez la Legión, en coordinación con el Vaticano, se ocupará en evidenciar a los responsables de omisión, encubrimiento o complicidad de los abusos sexuales cometidos en los Institutos Cumbres por Fernando Martínez Suárez, exsacerdote a quien el Papa Francisco le suprimió el estado clerical. Sin embargo, Martínez Suárez pidió a la Legión y ésta al Sumo Pontífice que le permitiera, sin ministerio sacerdotal, seguir siendo legionario, cosa que el Papa concedió.

Con ochenta años de edad, sin saber hacer otra cosa más que el sacerdocio, sin conocer más oficio que la labor docente de la que salió reprobado, todo hace suponer que el seglar Martínez Suárez, vivirá cómodamente en una de las lujosas casas de la Congregación el resto de su existencia. (Ya no será padre, pero vivirá a toda madre).

Fernando Martínez Suárez, víctima y discípulo de Marcial Maciel —que Dios lo tenga a fuego lento—, fue violado a los 15 años de edad, en 1954, por el depravado depredador michoacano, fundador de la Legión. A su vez fue en 1969, ya siendo sacerdote legionario, cuando Martínez Suarez fue acusado por la violación de un niño de 6 años. En 1990 se le imputó el abuso sexual hacia una niña. Ambos actos nefandos ocurrieron en el Instituto Cumbres Lomas, en la Ciudad de México.

Para acallar el escándalo suscitado por la profanación de una alumna, los superiores de la Asociación Delictuosa, llamada por los ingenuos Congregación de los Legionarios de Cristo, encubrió —más bien premió— a Martínez Suárez y lo hizo director del Instituto Cumbres de Cancún, donde, ahora se sabe, violentó sexualmente a, cuando menos, ocho alumnas.

Por cierto, el sacerdote Eloy Bedia, quien en los años 90 fue director territorial de la Legión, no participará en el Capítulo General de la Congregación en el Vaticano, al ser inculpado de encubrir a Martínez Suárez, ya que cuando éste fue denunciado, él prometió atender los casos y no hizo nada por las víctimas, en cambio, le asignaba otros cargos al agresor.

En otro orden de pedofilia sacerdotal, la semana pasada, el presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, monseñor Rogelio Cabrera, informó que en los últimos 10 años, el clero diocesano tiene registrados 271 sacerdotes investigados por abuso sexual contra menores; de éstos, 155 han sido acusados ante las autoridades civiles. Declaró que para la Iglesia “no basta con atender cada caso de abuso sexual, ni con castigar a los culpables, sino que también se debe reparar el daño”. Ojalá su propósito sea sincero.

De Francia llega la noticia de un exsacerdote, Bernard Preynat, de 74 años, juzgado en Lyon por pederastia, que escandalizó al jurado al confesar que durante dos décadas (1971 a 1991), cuando fue capellán de los Boy Scouts de Sainte-Foy-Lés-Lyon, cada semana abusó sexualmente de cuatro o cinco niños. Este escándalo fue ocultado por la Iglesia. ¡Qué poca madre! Abusando del poder de su sotana, les pedía a los niños exploradores que hicieran su buena acción diaria satisfaciendo su sexualidad. ¡Qué asco de cura!

Oí por ahí

Monseñor predicaba a un grupo de adolescentes: “Masturbarse es una agresión al propio cuerpo”. Uno de los muchachos le pregunta: “¿Y ya probó sin el anillo, señor Obispo?”.