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Pues nada resolvieron ayer las sobradas mayorías oficialistas en el Congreso sobre el presupuesto federal del año que viene.

Nada, pese a necesitar solo 251 votos y tener, en principio, 316 a favor: 258 de Morena, 28 del Partido del Trabajo y 30 del Partido Encuentro Social.

Nada resolvieron. Patearon el reloj legislativo para que les dure hasta el viernes, en que sesionarán nuevamente sobre el disputado presupuesto.

Mientras las sobradas mayorías se demoran, crece el misterio respecto de su irresolución y parecen más significativos los episodios previos de este parto tan diferido.

Me refiero a las noticias de una reunión de los legisladores oficialistas con el Presidente de la que éste se habría retirado con brusquedad, inconforme con el comportamiento de sus parlamentarios.

Pasado aquel momento, el coordinador de la bancada de Morena, Mario Delgado, pudo lograr que 280 diputados oficialistas firmaran una carta pública comprometiendo su “voto unánime” a favor del presupuesto enviado al Congreso por el Ejecutivo federal.

Los 280 comprometidos brillaron por su ausencia el día de ayer y se disponen a ejercer su prometida mayoría mañana viernes.

La pregunta sigue ahí: por qué de 316 diputados de la coalición Juntos Haremos Historia, solo 280 firmaron la carta inducida por Delgado y por qué los 280 no acaban de imponer su mayoría en algún recinto alterno al de San Lázaro, ya que este está bloqueado hoy por lo que en México llamamos “grupos campesinos”.

La mejor explicación posible para este enigma que he leído es la que María Amparo Casar dejó caer al final de su artículo de ayer (Excélsior: “El pleito presupuestal”, 20/11/19).

Los diputados de esta legislatura, recuerda Casar, son los primeros que pueden reelegirse: quieren gastar dinero en sus distritos y que se los agradezcan a ellos. Es lo mismo que quiere hacer el Presidente, a costa de los legisladores.

El Presidente quiere gastar sin intermediarios en sus programas sociales y que los beneficiados sepan quién lo gastó en ellos.

“Los diputados y diputadas tienen sus razones”, dice Casar: “En el 2021 habrá elecciones intermedias y se quieren reelegir. López Obrador tiene las suyas: él es el gran benefactor”.

Nadie hubiera imaginado esto, pero quizá es lo que está sucediendo.