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La masacre de las madres y niños LeBarón activa en Estados Unidos tradicionales apetitos intevencionistas: Donald Trump ofrece su ejército para combatir y aniquilar a los “ejércitos” de las bandas del narcotráfico y uno de sus correligionarios republicanos, el senador Tom Cotton (del Comité de Servicios Armados), dijo ayer tener claro que el gobierno mexicano es incapaz de manejar el problema.

En el noticiario Fox News que parece guiar el criterio de su presidente, el legislador descargó: “López Obrador llegó al cargo hace casi un año diciendo que su estrategia para lidiar con los cárteles iba a ser más abrazos, no balazos. Tal vez eso funcione en un cuento de hadas para niños, pero en el mundo real, cuando tres mujeres estadunidenses y seis niños estadunidenses fueron baleados y quemados vivos, lo único que puede contrarrestar las balas son más balas, y más grandes. Si el gobierno mexicano no puede proteger a los ciudadanos estadunidenses en México, en Estados Unidos tal vez tengamos que tomar las cosas en nuestras manos. Ciertamente podemos defender a ciudadanos estadunidenses en México si México no está dispuesto o no es capaz de hacerlo…”.

Señalamientos como estos no deben desdeñarse porque históricamente, al margen de filias y fobias partidistas o sectarias, los estadunidenses honran el principio de apoyar a sus paisanos en cualquier lugar del mundo, lo cual hace comprensible que nuestro Presidente admita la participación del FBI en las investigaciones (como está previsto en los acuerdos de cooperación binacionales).

Para defender sus intereses y ciudadanos en el extranjero, Estados Unidos ha dado ejemplos de que no se anda por las ramas: cuando asesinaron en Guadalajara, Jalisco, al agente antidrogas Enrique Camarena Salazar, en febrero de 1985, el Departamento de Justicia recurrió al soborno para que policías mexicanos secuestraran en Guadalajara, y entregaran en la frontera, al inocente doctor Humberto Álvarez Machain (a la postre exonerado por un tribunal federal en California). O para cumplimentar una orden de aprehensión contra el tirano Manuel Antonio Noriega (argumentando que la droga que contrabandeaba mataba a estadunidenses), su ejército invadió y bombardeó la ciudad de Panamá (ahí experimentó su famoso avión invisible).

Mientras aquí el Presidente y su séquito se ocupan más de culpar de sus errores al pasado, de ideologizar el sentido común y hasta de pretender dar clases de periodismo (el subsecretario Ricardo Peralta conminó a los medios a “autoauditarse”), me imagino ya un equipo de los Seals alistándose para dar con los homicidas de los LeBarón, como lo hicieron clandestinamente en el Pakistán “amigo” para matar a Osama bin Laden.

Que nadie se extrañe: la nomenklatura de la 4T se ocupa más de los moros con tranchetes que imagina que de delincuentes a los que debe combatir.