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La política de fijación de precios de las gasolinas de México es más parecida a la de Venezuela que a la del resto de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) a la que pertenecemos.

Lo que pagamos se fija por decreto, tal como lo hace el gobierno bolivariano, y no por una relación de oferta y demanda como sucede con otros tantos productos de la economía mexicana. Hay que decir también que la colusión de precios es otra práctica de la que hay serias sospechas que existe en México.

Pero si hoy un litro de gasolina en este país cuesta 50% más caro que en Estados Unidos es porque su precio se fijó con criterios gubernamentales. Hoy esa determinación arbitraria deja ganancias fiscales a las arcas públicas, pero hace no muchos años esa manera de hacer las cosas dejó pérdidas multimillonarias de recursos fiscales.

Estamos en el camino de regularización de los precios para que funcionen las leyes del mercado, pero mientras eso llega no queda más que apechugar que México sea el único país de la OCDE que tiene una inflación energética, a diferencia de las bajas generalizadas entre el resto de los socios.

De hecho la inflación de la economía mexicana ha sido tradicionalmente de las más altas de ese club de naciones mayormente desarrolladas. Es lo que sucede cuando se comparan las peras de una economía emergente con las manzanas de los países con economías maduras.

Sucede lo mismo cuando México presume las tasas de desempleo más bajas de la OCDE. En virtud de que las actividades informales y los trabajos irregulares se contabilizan como ocupación, evidentemente sacamos estrellita en la frente. Otra vez, peras con manzanas.

Regresando al tema de los energéticos, sus precios son determinantes para el desarrollo económico. Este país ha sufrido parálisis industriales por la falta de gas natural y los altos costos de la electricidad y de los carburantes impactan en los niveles de productividad. No hay duda de que el sector industrial no sólo está preparado, sino deseoso de contar con una mejor oferta energética.

¿Pero qué pasaría hoy en el país si repentinamente contáramos con precios internacionales de las gasolinas y cada litro de Magna costara 8 pesos?

Una muestra es la frontera norte, donde hay menos pudor para acelerarle a las camionetas de ocho cilindros y crece el parque vehicular ante la realidad de que pagan mucho menos por llenar sus tanques que el resto del país.

¿Qué sería del Viaducto Miguel Alemán o del Circuito Interior o de miles de calles de la ciudad de México, si repentinamente fuera barato usar los coches?

La prudencia a la que obliga lo caro de la gasolina quedaría olvidada. No habría razón para no usar autos de alto consumo y ni hablar de los congestionamientos viales y los altos niveles de contaminación. Es un hecho que la gasolina cara es una válvula reguladora del tránsito.

La creación de infraestructura en la capital del país está pasmada este sexenio. Los gobiernos anteriores hicieron mal muchas cosas, pero hicieron obras; la actual administración prefiere omitir su obligación de mejorar la vialidad y el transporte, quizá para que después no les pidan cuentas.

Si las reformas estructurales, esas que mejor reconoce la reina de Inglaterra que muchos mexicanos, permiten un crecimiento económico más dinámico y mejores precios por los energéticos, ¿cómo le vamos a hacer para acomodarnos dentro de la pobre infraestructura que tiene esta ciudad y este país en general?