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La filosofía nació por el anhelo de alcanzar la exquisitez de la vida humana: encontrar la armonía de los hombres con sus semejantes y con la naturaleza. Lo escribió Varrón: “El hombre no tiene más razón para filosofar que la de ser feliz”. Bajo esa premisa coloco el gozo contemplativo muy cercano a la estética y a la música. La filosofía es, de facto, medicina y música. Los filósofos primigenios se preocupaban de la realidad de los hombres: la alegría y un inteligente sentido del humor fueron los cimientos de la metafísica y de la cultura griega. Conocer el interior de las personas generaba gozo. Pitágoras escribe que la forma más excelsa de la vida humana es aquella mirada interior que nos hace sentirnos abreviados y hasta limitados y, por eso mismo, aprendemos a disfrutar lo efímero de la vida. En la Poética de Aristóteles y hasta en su concepto de tragedia hallamos la finura del bien humano.

Un día viajé a un país llamado Vanuatú, un conjunto de islas ubicado cerca del continente Australiano, en el océano Pacífico. Debido a su esperanza de vida, al bienestar reportado por sus ciudadanos, y a su mínima huella de carbono, entre otros factores, ha sido distinguido —por varios años— como “el país más dichoso de la Tierra” según el Happy Planet Index. Constaté que la gente era alegre y muy feliz. No hay grandes edificios ni carreteras, tampoco cadenas comerciales ni tiendas de lujo. En la isla principal se vive la Pachamama a plenitud, la preciosidad de la naturaleza no tiene igual, todo es verde, abundante y primigenio. Sus habitantes se pasean semi desnudos y se regocijan con la majestuosidad del prodigio que los rodea. Hay cascadas cristalinas y un volcán activo desde el Pleistoceno, el monte Yasur. Las personas están contentas con los pocos bienes tangibles que poseen, no desean caudales baladíes ni intrascendentes, su riqueza está en el inmenso goce interno provocado por sus pares y la generosidad de su Tierra ¡justamente la base de la filosofía originaria!

Si no vivimos en un paraíso lejano como Vanuatú y somos succionados por las grandes urbes, abrumados por el ruido externo e interno, ocupados por la inmediatez y la prisa, imantados por la sociedad de consumo y por la avidez de poseer ¿cómo hacemos para encontrar la paz y la armonía, el gozo que se halla en nuestro interior? Quizás —y Pitágoras no miente— poniendo atención a la vida. Agradezcamos y contemplemos la existencia misma. Asombrémonos ante la armonía de los contrarios que constituyen la esencia del cosmos y del hombre.

Querido lector, entre tantas noticias nefastas, desgracias y crímenes necesitamos hacer un alto y apagar el bullicio omnipresente. Tomemos la vida con filosofía: vivamos poniendo atención a nuestras limitaciones y démonos permiso de ser imperfectos, la humildad es una gran maestra. Seamos aventureros y dejémonos llevar por la curiosidad, maridémosla con humor. Admiremos y agradezcamos el milagro de respirar. Y recuerde, ser feliz es gratis.