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Estamos en “tiempo santo”, dirían en mi pueblo. Y como tal es época en la que se estila el recogimiento.

Ahora es doble el motivo por el cual se debe estar en casa. Nada de acudir al cine o a fiestas. El coronavirus obliga –más que la cuaresma– a la abstinencia de viajes y jolgorios.

El mundo está padeciendo el virus del miedo. Y no es para menos cuando vemos que miles de seres humanos mueren por todas las latitudes, sin conocer siquiera el origen de este bicho que se convirtió en pandemia universal.

Como se sabe, se originó en una zona de China donde se producen innumerables productos que se venden en todo el mundo y entre esta amplia variedad de cosas están los textiles que van de los más sencillos a los más sofisticados en diseño y calidad.

Resulta extraño que este COVID-19 brinque de China hasta Italia, país distante del lugar de origen. Sin embargo, el virus ataca precisamente en el norte de Italia donde se fabrican las telas, tintes y diseños de moda que marcan tendencia de los diseñadores más famosos del mundo.

Sea tal vez una coincidencia pero hoy por hoy se registran más decesos por día en Italia que en China en su momento más crítico.

El gobierno italiano fue el primero en cerrar sus fronteras e implantar medidas draconianas para proteger a sus millones de habitantes.

Este virus, que ha penetrado como la humedad en todos los continentes, ha tomado por sorpresa aún a los países más desarrollados y con sistemas de salud más avanzados.

Al principio, al conocerse los alcances de esta epidemia, muchos jefes de Estado menospreciaron su impacto sanitario. Otros, en cambio, se aprestaron a tomar medidas de contención.

Entre los jefes de Estado y de Gobierno que no le daban importancia a la cadena de contagio y a sus consecuencias estaba Donald Trump y, claro, nuestro Presidente Andrés Manuel López Obrador.

Cuando se declara oficialmente la pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud, el Presidente de Estados Unidos de inmediato decretó una serie de medidas sanitarias, económicas y financieras para intentar contener los efectos del coronavirus.

El Banco de la Reserva Federal de los Estados Unidos inyectó alrededor de 200 mil millones de dólares para paliar la crisis sanitaria que conlleva otra: la crisis económica. Y aun así no fueron suficientes para que los mercados y las bolsas de valores del globo fueran a la baja.

Paralelamente se desata la guerra de los precios del petróleo –llegando a 28 dólares el barril–, al no ponerse de acuerdo Rusia y Arabia Saudita en cuanto a la producción de sus pozos y esto sacude a todos los países del orbe.

Los científicos del mundo suponen a priori que esta crisis sanitaria se tomará por lo menos unos cuatro meses.

Por desgracia, ningún país, por industrializado que sea, estaba preparado para responder a esta calamidad.

México se cuece aparte. El gobierno encabezado por el Presidente Andrés Manuel López Obrador y el Congreso Federal insisten en que el país está blindado contra cualquier pandemia y crisis económica.

Por otra parte, el sector salud, avizora la llegada de esta crisis sanitaria como una tromba en los próximos días.

El subsecretario de Salud recomienda tomar precauciones y orienta cómo tomar medidas sanitarias y aislamiento, sobre todo a las personas mayores de 60 años por ser la población más vulnerable.

Insiste en no acudir a reuniones con más de 10 personas, a lavarse las manos, no saludar de mano, no abrazarse, ni besarse. Sin embargo, el Presidente López Obrador desoye a los científicos y acude a mítines y abraza y besa a niños y ancianas actuando en forma contraria a las indicaciones de los expertos en epidemiología.

El Presidente expresa en sus reuniones diarias en Palacio Nacional –a las que acuden más de 100 personas entre reporteros, camarógrafos y funcionarios sentados a menos de 10 centímetros entre uno y otro—y muy orondo saluda de mano al encargado de informar del estado que guarda la epidemia acto seguido, muestra una estampita del Sagrado Corazón de Jesús para señalar que con esa estampita él está exento de cualquier contagio.

¡Qué raro que el Presidente porte esa estampa si los evangélicos no creen en los santos!

Ante esta actitud, el resto de los mexicanos tomarán en serio las recomendaciones de los expertos en salud de mantenerse en casa con sus hijos –que por cierto no asistirán a la escuela un largo mes–, y con los adultos mayores aislados para evitar el contagio.

¿No que el recogimiento por la cuaresma y por el COVID-19 iba en serio?

¿Acaso es capricho que muchos países hayan cerrado sus fronteras a raíz de la pandemia y cientos de mexicanos regados por el mundo no puedan regresar a su país?

Como el tema del coronavirus ocupa todos los espacios informativos, no se habla de los brotes de sarampión en los reclusorios de la Ciudad de México; tampoco se informa del azote de la criminalidad que deja 85 homicidios en tan sólo un fin de semana

¿En que estará ocupada la Secretaría de Seguridad Ciudadana mientras los cárteles de las drogas siguen haciendo de las suyas y nunca hay un solo detenido?

¿No que se iba a acabar con la inseguridad y la impunidad?

Pero bueno, como estamos en “tiempo santo”, habrá que encomendarnos al Sagrado Corazón de Jesús y… ¡santo remedio!

¡Digamos la Verdad!