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Sólo durante el año 1957, el Che Guevara fusiló a 46 hombres en la Sierra Maestra. En muy bien escrito libro Pasajes de la Guerra Revolucionaria (1963), Guevara describe las ejecuciones como “el penoso deber de pacificar y moralizar”.

Muchos muertos encima. Por eso, en 1961, se pensó que el Che se había querido suicidar, cuando una bala “le penetró por la mejilla izquierda, recorrió un pequeño tramo por dentro de la cara, atravesó el pabellón de la oreja y tropezó con el hueso mastoide”.

La versión oficial, revelada en el periódico oficial cubano Juventud Rebelde el 10 de junio de 2008, es que se le escapó un tiro de su propia pistola, cerca de la sien izquierda. Pero “no afectó arterias ni órganos ni mucho menos el cerebro”.

Lo atendió, en el hospital provincial de Pinar del Río, el doctor Orlando Fernández Adán, capitán de la columna militar del Che, quien, a causa de ese disparo, no pudo enfrentar la invasión de exiliados cubanos por Bahía de Cochinos.

En un texto titulado Los muertos del Che, quien mejor relaciona los fusilamientos del “Guerrillero Heroico”, de 1956 a 1959, es el periodista cubano Roberto Céspedes, prolijo lector de Pasajes de la Guerra Revolucionaria.

Arranca el texto de Céspedes:

“El caso de Echeverría fue patético porque, reconociendo sus faltas, no quería, sin embargo, morir fusilado; clamaba porque le permitieran morir en combate, juraba que buscaría la muerte de esa forma pero que no quería deshonrar a su familia”.

El Che escribe que Echeverría, miembro del Ejército rebelde, “todavía era un muchacho”. No tuvo perdón, aunque era hermano de uno de los expedicionarios del Granma, el yate que salió de Tuxpan hacia Cuba al mando de Fidel Castro.

Otro de los fusilados fue un hombre que, escribe Céspedes, “había sido la única compañía del Che en momentos de vagar enfermo y solitario por la montaña”. Le decían “El Maestro” y se hizo pasar por “el médico Che Guevara para abusar de una campesina”.

También pasó por las armas a un campesino llamado Arístidio, porque pertenecía al Ejército Rebelde, pero vendió su revólver “por algunos pesos”. En el libro, el Che muestra dudas sobre “si era realmente tan culpable como para merecer la muerte”.

Pero justifica:

“Era necesario que se comprendiera la necesidad de hacer de la Revolución un hecho puro y no contaminarlo. La guerra es difícil y dura, y durante los momentos en que el enemigo arrecia su acometividad no se puede permitir ni el asomo de una traición”.

A ese personaje honró ayer la Cámara de Diputados de un país donde está proscrita la pena de muerte.

Sin embargo, para la mayoría de esa Cámara, es un héroe.