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Me sorprendió en una radiante casa de la Toscana la noticia de la muerte de Rafael Segovia, maestro de tantos, mi maestro.

Segovia fue el director de mi tesis sobre los revolucionarios sonorenses que terminó siendo La frontera nómada.

El primer proyecto de tesis que le llevé le pareció espantoso: era un boceto de intenciones. No se convenció de que aquello podía ser interesante, sino años después, cuando vio los primeros pasajes escritos.

Creo que le gustó la crónica del pleito político a mano limpia de los sonorenses que empezaba a contarse en esas páginas. Me sorprendió su cambio de opinión, porque esperaba otro chubasco, pero ahora pienso que fue lógico. La política pura era una pasión intelectual pura de Segovia.

Con él aprendí, diría que sin darme cuenta, con la inocencia del buen salvaje expuesto de pronto a las reglas del té, lo fundamental de la naturaleza del poder. También el dilema insoluble que hay entre lo que llamamos moral y lo que llamamos política.

Segovia venía de regreso de las ilusiones al uso sobre la moral y el poder. Su mirada era la del desencanto y el rigor.

Puso en mis manos lecturas esenciales. Una de ellas: El político y el científico, de Max Weber, un texto de la tradición maquiaveliana.

Maquiavelo había dicho: Quien quiera salvar la ciudad debe hacerlo aun al precio de su alma. Weber dice en El político y el científico: quien quiera ocuparse de la política, olvídese de los ángeles y los demonios de su espíritu.

La política, dirá más tarde Raymond Aron, otro clásico de Segovia, se rige por la ética de la responsabilidad: se mide por sus resultados. La ciencia corresponde a la ética de la convicción: se mide por su búsqueda de la verdad. La ética de la responsabilidad es la eficacia, la ética de la convicción es la verdad.

Son éticas antagónicas, dice Aron: quien quiera servir a sus convicciones, manténgase fuera de la política.

Es decir, Bismarck: “Al que le gusten las salchichas y las leyes, que no vaya a ver cómo las hacen”.

Podría intentar un retrato personal y melancólico de Rafael Segovia. Pero creo que él habría preferido este responso teórico sobre cualquiera de los efluvios sentimentales que dejé en la Toscana.