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Es inmejorable la salud que guarda en la Ciudad de México la reivindicación fanática: si pienso que algo es malo, lo aniquilo. Botón de muestra son las fulminantes descalificaciones a la película La noche de Iguala.

Fui a verla el sábado en la función de las 19:30 en el Cinemex Reforma. Éramos 10 personas en la sala y la función de las 21:30 no prometía más taquilla. Es probable que estemos ante la típica discusión de élites que tiene sin cuidado a ciudadanos, audiencia, espectadores.

Lo que vi entre el documental y la ficción fue una extensión del trabajo periodístico del guionista Jorge Fernández Menéndez. ¿A qué viene tanta sorpresa? Son las hipótesis y conclusiones que Jorge ha desarrollado consistentemente desde hace un año, sólo que ahora las difunde con menos público que en los medios electrónicos y el diario donde colabora. ¿De qué se agarran las paranoicas afirmaciones de que la cinta es un encargo para calumniar a los normalistas de Ayotzinapa y ocultar las responsabilidades gubernamentales?

Como varios reporteros, Fernández Menéndez ha investigado el tema del crimen organizado en general y de Ayotzinapa en particular. Ese no es su problema, sino enfrentarse a quienes no aceptarán más “verdad histórica” que la del crimen de Estado. Jorge ha planteado durante meses la posible infiltración de los Rojos en la normal rural. ¿Ese es el hedor de las cañerías del poder? Sí para los que buscan imponer, como si del dogma de la inmaculada concepción se tratara, la verdad absoluta sobre la pureza de cada joven victimado y todo lo que los rodeaba.

Debajo de la trama conocida, la película expone la imbricación de criminales, policías y gobernantes. Ese es el punto de partida y llegada. ¿Qué tiene de demoniaco? Se han producido (y seguro se producirán) trabajos concentrados en otros ángulos de la tragedia. Pero por enfocar a los normalistas y las mafias de Iguala y Cocula, y no al presidente Peña Nieto o al Ejército, el guión de Jorge se vuelve para los fanáticos un panfleto que miente y esconde los hechos clave.

Como espectador, me decepcionó La noche de Iguala. No me gustó, conmovió ni entretuvo. Asunto mío por los 40 pesos que pagué. Como periodista, celebro la valentía de alguien que escribe y produce una película en contra de un estruendoso status quo que tachará de miserable a quien proponga que las víctimas pudieron tener ligas con los criminales. Lo fácil en la Ciudad de México 2015 es vociferar sin prueba ninguna: “¡Fue Peña, fueron los soldados, fue el Estado!” Lo fácil y cobarde.

Ojalá las cosas no pasen de unos cuantos textos rabiosos escritos, como de costumbre, desde la pretendida superioridad moral; ojalá no se deslicen hacia una suerte de “fatwa izquierdista”. Porque pareciera que no faltan los que le pondrían precio a la cabeza de Jorge Fernández Menéndez por haber escrito esta “farsa”, punta de lanza de una “campaña de desprestigio a las víctimas”.

Qué cosa.

MENOS DE 140. Otra veracruzana de mármol y oro. Con Fidel Herrera como cónsul, aumentará la delincuencia en España: Miguel Ángel Yunes Linares.

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