Uno sabe cuando tiene entre sus manos una joya: se acelera el ritmo cardiaco y la curiosidad linda entre el gozo y el martirio, el asombro y el hallazgo
Uno sabe cuando tiene entre sus manos una joya: se acelera el ritmo cardiaco y la curiosidad linda entre el gozo y el martirio, el asombro y el hallazgo. El libro Poetisas mexicanas —dedicado a doña Carmen Romero Rubio de Díaz “honra y prez del bello sexo mexicano”— está prologado por José M. Vigil con fecha de abril de 1893. Se trata de una antología de poesía para la Comisión de literatura de la junta de señoras para la Exposición de Chicago con el fin de “celebrar el cuarto centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo”. La extensa selección de composiciones va desde el periodo colonial hasta fines del siglo XIX. Vigil refiere que la afición a la poesía se despertó muy pronto en la Nueva España, sin embargo, el círculo alrededor de la intelectualidad de la mujer era muy estrecho. El sentimiento de “justicia herido” se materializó bajo la pluma de sor Juana Inés de la Cruz, quien pensó vestirse de hombre para acudir a la universidad. Ella escribe al obispo de Puebla acerca de las ventajas sociales que derivarían de fundar escuelas para mujeres tuteladas por “maestras sabias y virtuosas” ya que la falta de esos espacios dejaba a las jóvenes en la ignorancia o bajo la enseñanza de hombres “cuyo trato y familiaridad ocasionan graves inconvenientes”.
Vigil describe en su prólogo la importancia de los certámenes de poesía y asegura que fueron un “leve indicio de la capacidad de sus autoras” ya que debían restringirse a temas forzados que mataban —en lugar de despertar— la inspiración, pero dejaron registro de la calidad de la historia literaria. Muchas de las autoras compitieron ocultando su nombre, varias pertenecían al clero. Algunos de los premios recibidos por las poetas fueron: una flamenquilla de plata, seis cucharas y seis tenedores, una cigarrera de cristal, un tintero y una salvadera de plata. Entre las poetas de la época colonial, Vigil honra a sor Juana Inés de la Cruz, Francisca García de Villalobos, María Teresa Medrano, Ana María González, Josefa González de Cosío.
“Amado dueño mío, escucha un rato mis cansadas quejas, pues del viento las fío, que breve las conduzca a tus orejas: Si no se desvanece el triste acento, como mis esperanzas, en el viento”, extracto de “Quejas de amor ausente” de sor Juana Inés de la Cruz.
En la época del México independiente se abrieron caminos para que la mujer pudiese recibir una instrucción equiparable a la del hombre: nació la poesía festiva y de costumbres separándose de sombrías meditaciones. El número de poetas antologadas por Vigil creció. Entre ellas están: Josefa Sierra, Petra Gómez de Carmona, Isabel Prieto de Landázuri, Esther Tapia de Castellanos, Mateana Murguía de Aveleyra, Luz G. Núñez de García, Luisa Muñoz Ledo.
Cierro este homenaje con un extracto de “Lo que sé” de Dolores Guerrero:
“Vinieron a decirme tus ardores, y sentí con tristeza, ¡oh músico, pintor y dulce bardo, a quien corona el arte, que yo, pobre mujer, loca de amores, nada soy, nada sé… sólo adorarte!”