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Si algo no tienen derecho a reclamar los políticos que viven en regímenes democráticos a sus adversarios, es que tengan motivaciones electorales, que anden pensando siempre en las elecciones, que se guíen en su actuación según lo que les conviene o no les conviene electoralmente.

Ningún político democrático tiene derecho a ese reclamo porque ninguno está exento de ese pecado. Todos los políticos democráticos son electoralistas, y el que no está jugando el juego con los ojos vendados.

Serían muy torpes los gobernadores aliancistas, y los no aliancistas, en no tener un ojo puesto en los conflictos de hoy y otro en los resultados electorales del año que viene.  No hay más que seguir el ejemplo. Si hay alguien que piensa obsesivamente en las elecciones del año entrante es el Presidente de la República, el mismo que acusa a los gobernadores de pensar solo en eso.

Pensar solo en las elecciones, solo en ellas, es una especie de enfermedad profesional de los políticos, una enfermedad estacional que los ataca a todos en la estación de las elecciones. Digo todo esto para apartar de la muy seria discusión a que asistimos en el seno del pacto federal.

Es una discusión que tiene ya los rasgos de una apasionada disputa política en el corazón mismo de ese pacto: el reparto de los dineros federales, en un país donde la Federación es la que cobra impuestos y reparte presupuestos. El pacto es desigual de entrada porque todas las entidades federativas, con la relativa excepción de Ciudad de México, dependen de los dineros que les da o les regresa la Federación. Si entiendo bien, el pacto federal que nos rige, reglas más reglas menos, es el establecido en 1978 durante la presidencia de José López Portillo, en momentos en que la Federación iba a ser muy rica por el petróleo. Para tener una tajada de aquella abundancia, los estados renunciaron a sus facultades tributarias a favor de la Federación y dejaron de cobrar impuestos. Cada año se les aparece la consecuencia de aquella decisión: dependen de lo que la Federación les da, no de lo que recaudan ellos. Quizá es el momento de revisar la fórmula de aquel pacto histórico, de hace 42 años, nacido desigual.