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Por Juan Ramón de la Fuente

Embajador de México ante la ONU

Twitter: @MexOnu  

El nuevo coronavirus detectado en China el mes pasado ha generado un brote epidémico con repercusión internacional y ha encendido, como debe ser, las alertas necesarias para evitar —hasta donde sea posible— una epidemia de consecuencias mayores.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), agencia de las Naciones Unidas responsable de la salud en el mundo, cuya sede está en Ginebra, ha reaccionado en forma oportuna y eficaz, sin sobredimensionar el problema, pero desplegando la información que la situación amerita, para que los sistemas de vigilancia epidemiológica detecten tempranamente posibles casos de contagio y activen los protocolos de información, vigilancia, análisis, aislamiento y tratamiento que el asunto amerita. No son protocolos infalibles, pero son muy buenos. No hay por qué alarmarse, pero sí conviene mantenerse bien informado y no exponerse.

En México tenemos recursos humanos (infectólogos, virólogos, neumólogos, epidemiólogos) altamente calificados, así como instituciones diseñadas para contender con problemas de esta naturaleza, señaladamente el Instituto Nacional de Referencia Epidemiológica (INDRE). Confío en que tanto la Secretaría de Salud como el IMSS y el ISSSTE, el Insabi, el sistema nacional de salud en su conjunto, estará a la altura de las circunstancias. Saben lo que hay que hacer y cómo hay que hacerlo. Que actúen los expertos.

Si bien los brotes epidémicos (outbreaks) representan un problema técnico-sanitario, también es cierto que tienden a politizarse fácilmente. Las noticias sobre estos fenómenos son, por lo general, sensacionalistas, y la gente se preocupa en consecuencia, se angustia. Será necesaria mucha información, ante todo veraz y oportuna. Pero también clara y didáctica, comprensible. Hay que desplegar una gran campaña informativa. Las epidemias se controlan adoptando las medidas sanitarias procedentes, los protocolos que para el caso existen, elaborados por los comités de expertos de la OMS, pero socialmente, políticamente, las epidemias se ganan —o se pierden— dependiendo del tipo de información que prevalece. Un nuevo enemigo en este caso serán las fake news.

El combate al novel coronavirus detectado en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, en la parte central de China, inició en los dos frentes: el sanitario y el informativo. Pronto se abrirá un tercero, cuando se dimensionen sus consecuencias en la economía. Por lo pronto, en el frente informativo se había cuestionado fuertemente a las autoridades de aquel país al grado que, fue necesario que el propio presidente Xi Jinping, en reunión con líderes del partido comunista, hiciera declaraciones públicas. Ahí dijo que “se había acelerado la diseminación del nuevo virus, pero que también se habían emprendido esfuerzos adicionales para asegurar el abasto de medicamentos y el personal de salud necesario con el fin de salvaguardar la estabilidad social”. No es una declaración habitual para el jefe de un estado tan poderoso, pero fue oportuna a la luz del cerco sanitario que se ha intentado establecer en una población de decenas de millones de personas, las restricciones que se aplican ya a viajeros potencialmente contagiados y las evacuaciones del personal del consulado y los ciudadanos norteamericanos en la región.

Un problema en estos casos, es que las cifras cambian continuamente y muchas de ellas son preliminares, lo cual no quiere decir que sean falsas. Son preliminares porque pueden o no confirmarse. Por ejemplo, al momento de escribir estas líneas, la cifra oficial es de 80 muertes y más de 2 mil personas presuntamente infectadas con el virus. Lo de presuntamente también hay que entenderlo. En medicina, el diagnóstico inicial de muchas enfermedades es presuncional. Los análisis de laboratorio lo confirman en algunos casos y lo descartan, en otros. Son pues cifras que necesariamente cambian.

Lo mismo ocurre con los países en donde se detectan casos. Hasta ahora son 11, además de China: Australia, Canadá, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, Japón, Malasia, Nepal, Singapur, Tailandia y Vietnam. También se han detectado en Hong Kong, Macao y Taiwán, aunque estas son consideradas regiones administrativas especiales. Es probable que para cuando usted lea esta nota, algunas de las cifras hayan cambiado. Infortunadamente cambiarán al alza: es decir, habrá más muertos, más personas infectadas, más países afectados. Cerciórese de que la información que le llegue sea veraz y que esté lo más actualizada que se pueda.

Algo sorprendente en el caso que nos ocupa, es la velocidad con la que los chinos construirán dos hospitales en las zonas más afectadas, de mil camas cada uno, específicamente diseñados para mantener en cuarentena a los enfermos infectados. Supuestamente tardarán en construirlos una semana, cada uno por supuesto. No vaya usted a creer que los dos al mismo tiempo. Ya lo hicieron en Beijing en 2003, a propósito del brote de un virus similar, que ocasiona un síndrome respiratorio conocido como SARS, el cual causó la muerte de al menos 800 personas.

Se trata, claro está, de hospitales relativamente sencillos, bien pensados, con fines específicos. Se usan materiales preconstruidos en una superficie de 25 mil metros cuadrados. Incluyen una unidad de cuidados intensivos, así como laboratorios de diagnóstico clínico e imagen. Todos los pacientes se manejan por protocolo. En la construcción participan 4 mil trabajadores. Ignoro cuál es el costo. Los chinos tienen fama de construir rápidamente rascacielos (lo mismo en Shanghái que en Nueva York) y obras de gran envergadura.

Otro asunto que ha llamado la atención del actual brote, tiene que ver con su origen. La OMS, cautelosa como es, ha dicho que “probablemente la fuente primaria sea un animal”. Tal parece ser el caso. Se piensa que el problema surgió en un mercado de mariscos y pescados en el cual convivían animales (vivos y muertos) con vendedores, locatarios y compradores, todo ello en condiciones de un pobre control sanitario. Ocurre en varios países del mundo. El reservorio del virus es el murciélago. No se sabe a ciencia cierta si el contagio a humanos provino de un ciervo u otro animal previamente infestado. En esos mercados se venden desde roedores de varios tipos hasta carne de víbora, de chango o de tortuga. Comer animales salvajes o exóticos (al menos para nosotros) forma parte de toda una cultura. En algunos casos se les atribuyen incluso propiedades medicinales. Las raíces sociales, una vez más, haciéndose evidentes en los procesos de salud y enfermedad que confrontamos.

Sabemos que el virus (técnicamente conocido como 2019-nCoV) se transmite también de persona a persona. Por contacto directo, a través del aire o de alimentos. Afecta sobre todo las vías respiratorias. La neumonía de Wuhan es el nombre que se le ha dado a la nueva enfermedad. El cuadro clínico es similar al de todos estos virus. Empieza por lo que parece ser un resfriado común, una “gripa” como se dice. Luego surge la fiebre y las molestias respiratorias se acentúan. Al igual que ocurre con otros virus, aún no hay un tratamiento específico, pero se deben tratar los síntomas y vigilar de cerca a los enfermos contagiados. Sobre todo, a los menores y a aquellas personas de edad avanzada, debilitadas por otras enfermedades crónicas. Son los más vulnerables. La tasa de mortalidad estimada hasta ahora es relativamente baja: alrededor del 2%. Pero es muy temprano aún para saber con precisión qué tan letal será este nuevo brote (outbreak).

No hay razón para entrar en pánico. Si se ha viajado a esa región de China recientemente o se ha estado en contacto con alguien que haya estado por allá, y aparecen síntomas de lo que pudiera ser una gripe, conviene consultar algún médico familiarizado con el tema. Veamos cómo evoluciona el outbreak. Espero que mucho mejor que en aquella película (con ese mismo título) de mediados de los noventas, que nos alertó sobre posibilidades que luego resultaron realidades, a la vuelta de la esquina.

Embajador de México ante las Naciones Unidas