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Veo venir un vendaval de mentiras a propósito de lo que está ocurriendo en nuestro país: por ejemplo, el caso de Emilio Lozoya, asunto que esperamos no quede sólo en su búsqueda sino que se le encuentre y se haga justicia hasta donde se tenga que llegar, así sea necesario arribar hasta el que fuera el copete más alto del país.

La mentira también está jugando en el parque de pelota presidencial donde el manager de la Cuarta Transformación afirma que su equipo (el país, nuestra nación) tiene 10,000 años de haber sido fundado, sólo que apenas lo registraron en 1821 al consumarse la Independencia. Datos proporcionados, con todo respeto, por el pelotero en jefe nos hacen saber que cuando los búfalos pastaban en los terrenos en los que hoy está situado el Yankee Stadium de New York, los naturales de nuestra geografía ya se divertían con el juego de pelota (Tlachtli). Pero si a esas vamos el que escribe tiene otros datos: nuestro país tiene 4,470 millones de años, que son los mismos que, se calcula, tiene nuestro planeta; únicamente que la división política del mismo se fue retrasando.

En fin, como este redactor presiente la avalancha de mentiras políticas que se avecina, para tocar el tema se ha refugiado en la sabiduría del irlandés Jonathan Swift (1667-1745) quien el 9 de noviembre de 1710 publicó un artículo periodístico que trataré de resumir y que es un irónico ensayo sobre el origen de la mentira política. Por cierto, si esta columna tuviera o tiene lectores afiliados y constantes, se les hace saber que lo que hoy leerán dio origen al libro ‘El arte de la mentira política’ del que, recientemente, se hizo una breve glosa en este espacio.

Según Swift el Diablo es el padre de las mentiras. La mentira es antigua y, además, surgió por primera vez con un fin político: para socavar la autoridad de un príncipe y seducir a un tercio de los súbditos que lo obedecían, motivo por el cual fue echado del paraíso. Sin embargo, aunque el Diablo sea el padre de las mentiras, parece haber perdido, como sucede con otros grandes inventores, gran parte de su prestigio al ser superado por las continuas mejoras realizadas por otros.

Quién fue el primero que hizo de la mentira un arte y la aplicó a la política es algo que se pierde en la oscuridad de la historia. Lo que sí, don Jonathan afirma que la mentira sería el último consuelo de los grupos derrotados, terrenales y rebeldes. Y no deja de reconocer que “los modernos —iguales que los actuales— han aportado grandes mejoras al aplicar este arte para hacerse con el poder y conservarlo, así como vengarse cuando lo han perdido; al igual que los animales usan sus mandíbulas tanto para alimentarse cuando tienen hambre como para morder cuando se les acosa”.

No obstante lo dicho en el párrafo anterior según Swift “esta genealogía no siempre vale para la mentira política”. Con base en esto, con su estilo alegórico y su sentido crítico, universal en el tiempo y el espacio, hace un análisis refiriendo algunas circunstancias acerca del nacimiento de la mentira y de sus padres, que yo aprovecho para echarme en la hamaca de la transcripción: “A veces, la mentira política puede nacer de la cabeza del político derrotado y luego ser entregada a la chusma para que la cuide y la mime. Otras veces nace deforme y se perfecciona con lametazos (…) A menudo suele nacer niña y precisa de tiempo para crecer, pero también puede ver la luz hecha mujer para luego ir apagándose poco a poco (…) Sé de una mentira cuyo ruido molesta a medio reino y que, aun siendo ahora demasiado orgullosa y grande para reconocer su paternidad, nació como un cuchicheo. Para concluir acerca de la natividad del monstruo: cuando viene al mundo sin aguijón, nace muerto; y cuando pierde el aguijón, muere (…)”.

En su tratado, el escritor irlandés describe, sin decir su nombre, a un gran político “la cabeza más hábil de Inglaterra para entender asuntos delicados” cuya superioridad “no reside más que una inagotable fuente de mentiras políticas que con abundancia difunde con cada una de sus palabras y con idéntica generosidad olvida y contradice a la media hora (…)”.

“Algunos podrán pensar que semejantes mentiras dejan de ser útiles a su progenitor, o a su partido, cuando tras usarse con tanta frecuencia han acabado delatando a sus creadores: se equivocan. Pocas son las mentiras que llevan la marca de su inventor, y el más prostituido enemigo de la verdad puede difundir millares de mentiras sin que pueda conocerse a su autor. Por otro lado, al igual que el más vil de los escritores tiene sus lectores, el más grande de los mentirosos tiene sus crédulos y suele ocurrir que si una mentira perdura una hora, ya ha logrado su propósito, aunque no perviva. La falsedad vuela, mientras que la verdad se arrastra tras ella; de tal modo que cuando los hombres se desengañan, lo hacen un cuarto de hora tarde. La broma acabó, sí, pero surtió su efecto: es como aquel que ingenia una buena conversación cuando el discurso ya ha cambiado o se fueron sus interlocutores; como aquel médico que encontró el remedio luego de morir su paciente”.