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El Mastretta MXT es el primer coche diseñado y armado de principio a fin por mexicanos.

Ha sido destruido por la codicia de su socio privado, con la complicidad tácita de Nacional Financiera, que acudió al rescate del proyecto pero dejó que se hundiera.

El socio es Latin Idea Ventures, de Miguel Ángel Dávila, un fondo que invierte recursos privados y públicos, entre ellos de Nafinsa.

Los actores de parte de Nafinsa fueron su actual director general, Jacques Rogozinski; el director de la banca de inversión, Raúl Solís, y el director jurídico, Luis Dantón Martínez. Ellos decidieron invertir y participar en el proyecto pero no lo vigilaron. Terminaron incumpliendo acuerdos, contratos y estatutos.

Tecnoidea, la empresa que produjo el Mastretta MXT, está detenida hace un año y no hay quien dé la cara a acreedores ni a trabajadores.

Los bancos acuden ahora a embargar una propiedad de los creadores del Mastretta MXT, Daniel y Carlos Mastretta, por deudas que no pagó la administración de Tecnoidea manejada por Dávila con el apoyo de Nafinsa.

Nadie ha explicado bien en qué se gastaron los fondos que Nafinsa puso en el proyecto. Por qué no se pagaron, para empezar, las deudas que la empresa tenía. Este era el corazón del apoyo requerido de Nafinsa. Incumplieron.

En su blog Del absurdo cotidiano del 14 de marzo pasado, Ángeles Mastretta escribió:

No sueñes en México

He hablado ya, pero nunca es suficiente, de la codicia con que un grupo de empresarios consiguió poner al límite de su existencia al proyecto del auto Mastretta MXT. Pero menos he hablado de la actitud omisa de los funcionarios de Nacional Financiera en la quiebra de un proyecto excepcional y valeroso: diseñar y producir un coche en México.Provoca tanta tristeza como enojo ver que esto sucede en nuestro país. Bajo un gobierno que ampara su prédica de que México está en movimiento diciendo que ayuda a los pequeños empresarios y se compromete con ellos sin ofrecer más prueba que la voz optimista de un locutor.

Aclaro que Ángeles Mastretta es mi esposa, y Daniel y Carlos Mastretta, mis cuñados. Prometo a los lectores una crónica puntual de este episodio de la contramodernidad mexicana.

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