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En la última reunión del Banxico se dejó ver que los que toman la decisión empezaban a a estar cómodos con el nivel actual del costo del dinero

La política monetaria no es un acto de fe pero depende mucho de que los participantes de los mercados crean que la actuación de un banco central realmente puede ser exitosa.

La inflación no se controla por decreto en una economía abierta y en el caso de México, el banco central tiene como herramienta central el costo del dinero para influir en el consumo o en el ahorro.

Este año los incrementos en los precios de los combustibles, con todas sus consecuencias, más la depreciación del peso frente al dólar cambiaron la percepción sobre el desempeño de los precios y muchos agentes emprendieron un ajuste en sus propios precios. Desde el industrial, el comerciante o el trabajador que vende su mano de obra.

El Banco de México se ha mostrado intransigente con la inflación y ha incrementado de manera sostenida el costo del dinero hasta el nivel actual de 7 por ciento. Todo con un afán de convencer a los agentes económicos que el aumento de los precios debería estar cerca de tocar un techo e iniciar un camino de regreso hacia la meta de 3 por ciento.

Poco ayudan las tasas de interés altas a una economía que tiene perspectivas de crecimiento más bajas que en años anteriores. Sin embargo, el banco central mexicano no va a cambiar su política porque simplemente es su único mandato.

Pero depende de que le crean que no se tocarán el corazón para combatir la inflación.

Los analistas que consulta el propio banco central han dibujado una curva más pronunciada del comportamiento inflacionario, porque han elevado su expectativa para este año hasta 6 por ciento, pero al mismo tiempo calculan que al cierre del 2018 los precios habrían de subir 3.8 por ciento en términos anuales.

Ese es el comportamiento presupuestado por el banco central que le apuesta a los números del próximo año, pero no puede darse el lujo de dejar que la inflación inmediata no conozca pronto un techo.

En la reunión pasada de la Junta de Gobierno del Banco de México, cuando se elevó la tasa a 7 por ciento, también se dejó ver que los que toman estas determinaciones empezaban a estar cómodos con el nivel actual del costo del dinero.

El mensaje habitual en estos tiempos es señalar que se mantendrán vigilantes del comportamiento de la formación de precios y que no dudarían en utilizar la política monetaria para recomponer las expectativas.

Ahora el mensaje es que ya, hasta ahí, que el techo de incremento de la tasa de referencia llegó a 7 por ciento y en adelante una línea plana y eventualmente una curva de descenso.

Y esa puede no ser la mejor señal. Hemos visto tantos hechos imponderables que han afectado el desempeño de variables como el tipo de cambio, el crecimiento y la inflación que no cabe un cerrojo a una de las pocas herramientas disponibles.

Adelantar que el peso topó sus premios a la inversión desalienta la recuperación cambiaria, que si bien no es una meta del banco central, ayuda a la estabilidad de precios.

Vale más para mantener la fe en los mercados conocer que hay una autoridad monetaria en guardia ante cualquier adversidad que verlos cómodos con tasas que ciertamente ya son altas. Pero en estos tiempos tan confusos no hay nada garantizado.