Elecciones 2024
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El pasado miércoles murió en la Ciudad de México, a la edad de 103 años, don Ignacio Trelles Campos, legendario personaje del planeta del futbol. Durante tres años tuve con él una distante relación laboral.

Desde 1964 y hasta 1968 participé, cada quince días, como asistente de producción en las transmisiones televisivas de los partidos de futbol del Club Deportivo Toluca. Una de mis labores era averiguar, lo más temprano posible, con los directores técnicos, las alineaciones de los equipos contendientes, para incrustar las letras de plástico que formaban los nombres de los jugadores en un aparato artesanal, al que llamábamos “roler”, gracias al cual cuando los conjuntos salían a la cancha se veía, mediante una sobreimposición, los nombres de los jugadores y la formación del equipo.

Por lo general, los entrenadores de los equipos visitantes eran complacientes y me daban su alineación, sabedores de que era para algo usual en la transmisión. Tampoco tuve problemas con los entrenadores locales: José Moncebáez (64-65) y Árpád Fekete (65-66).

Para la temporada 66-67, los Diablos Rojos contrataron a don Ignacio Trelles. En los dos primeros partidos de local, que el señor de la gorra —siempre usaba una— me diera la alineación de su equipo fue más difícil que creerle a un político. La tercera vez que me apronté frente a él me propuso: “Vamos a hacer un trato, usted me trae la alineación del equipo contrario y yo le doy la mía”. Así lo hicimos y nunca más tuvimos problemas. Por cierto, las dos temporadas —torneos largos y sin liguilla— que dirigió al Toluca lo hizo campeón.

La selección olímpica de futbol México 68, entrenada por Trelles, perdió la medalla de bronce frente a Japón (2-0). Se consideró un fracaso. El entrenador nacional fue muy criticado. (“La selección pierde y el de los huevos es Trelles” —me dijo un taxista aficionado al futbol y a los juegos de palabras). Don Nacho hizo mutis de la escena futbolística.

Meses después, reapareció en un programa de televisión llamado: “Nacho Trelles, habla”, del cual fui productor y director de cámaras. Como tal mi obligación era acompañar a don Ignacio a ver los videotapes de los que entresacaba las jugadas que iba a comentar. Yo tomaba nota de las cintas y del código del tiempo. Algo curioso, el señor Trelles pidió apuntador electrónico.

Elegidas las escenas, don Nacho escribía lo que pensaba decir y me mandaba el manuscrito que yo mecanografiaba en el script que completaba con las acotaciones necesarias y, mediante una duplicadora de alcohol, sacaba las copias requeridas. Auxiliado por el apuntador, don Nacho decía, frente a cámaras, lo que previamente había escrito.

En las trece semanas que duró el programa, sólo me hizo dos comentarios extra trabajo. Uno fue acerca del gol que Enrique Borja les anotó a los franceses en el cual, en primera instancia, abanicó el balón, giró sobre su eje y alcanzó a patearlo a la red. Me dijo: “La jugada estaba perfectamente planteada, si Borja no tiene la suerte de rehacerse y meter el gol a mí me linchan”. En otra ocasión me preguntó: “¿Usted ha visto a los niños flacos y panzones que existen en los pueblos de México? Están panzones por los parásitos y sufren desnutrición. Esos niños, dentro de 20 años, van a jugar futbol contra alemanes que ahora son niños bien alimentados. Lógico que los nuestros van a perder y le van a echar la culpa al Trelles de la época”.

Por mi parte, me atreví a preguntarle algo que me enteré en León (Guanajuato): ¿Don Nacho, es verdad que usted le prometió a su amigo Antonio Carbajal que si llegaba en buena forma lo seleccionaría para que se despidiera del futbol jugando su quinta Copa del Mundo? Don Nacho se me quedó viendo y esbozó una sonrisa, muy suya, irónica y pícara.