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Las opiniones se dividen, hay quienes ven a México más allá que pa´acá. Enfermo terminal, diagnostican. Le dieron un balazo calibre corrupción en el corazón y otro, calibre impunidad, en la cabeza. El país, cual Pedro Páramo, se desmorona como si fuera un montón de piedras. Recemos por él.

Otros, menos rigoristas o más optimistas, reconocemos las causas de la postración mas no compartimos el diagnóstico. Nuestro país está grave pero su salvación, aunque difícil, es posible. Necesita una transfusión de ciudadanía en su torrente político que está infectado de intereses personales; de voracidad económica y codicia por el poder; de injusticia e influyentismo; de complicidad con los poderes fácticos; de partidos políticos que son una basura, de moches e ineficacia; de líderes sindicales que en un país sano estarían en la cárcel o jamás hubieran existido.

México enfermo necesita una sobredosis de ánimo para superar la abulia social que padecemos; le urge una ingesta vitamínica que contenga solidaridad, empatía y preocupación por los demás. Tenemos que hacer una dieta rigurosa donde la rendición de cuentas sea cosa de todos los días y de todos los casos y no la excepción al servicio de la venganza, de la infamia y de la iniquidad.

(Desde que comencé a escribir lo que usted lee, irremediablemente, vino a mi mente la gastada metáfora de Felipe Calderón -cuando menos se la escuché decir tres veces-, aquella del nuevo médico del pueblo que llega a examinar al enfermo al que habían estado “curando” los anteriores doctores a base de tecitos. Al llegar el recién estrenado facultativo -al que por cierto le dieron una bata tres tallas mayor que la suya y él se la puso- abrió el cuerpo del afectado y descubrió que éste tenía cáncer y comenzó a extirpar un maligno tumor que hizo metástasis, razón por la que siguió extirpando tumor tras tumor hasta completar, se calcula, casi 80 mil muertos y, aproximadamente, 20 mil desaparecidos en 6 años). Este paréntesis culmina con la partida del doctorcito a Harvard para dejar en el puesto a un flamante médico, egresado de la facultad tricolor.

Habrá que consignar que el nuevo doctor, aún sabiendo lo del cáncer, lo trató de soslayo y le bajó al alarmismo en la comunicación pública del mal, lo que incidió en la percepción del enfermo, que aunque seguía en el estado doliente en que lo dejó el médico que se fue a Harvard, aparentemente estaba mejor al no enterarse con exactitud de sus achaques.

El ojo clínico -y algunos ojetes que lo asesoran- le hicieron ver al galeno mexiquense que lo prioritario para la salud del cuerpo social de su responsabilidad eran las reformas y a eso dedicó la tercera parte -dos años- de su período como Primer Terapeuta de la nación. Fue así que pudieron realizarse la reforma política, la educativa, la hacendaria, la energética y la de telecomunicaciones. El mundo, que imaginó curado el nada despreciable cuerpecito llamado México, alabó al médico. Una revista -Time, que se edita en Estados Unidos y que circula en todo el mundo- le dedicó la portada de febrero de este año con su imagen y la leyenda: “Salvando a México”.

El país entre los dedos

La muerte de seis personas en Iguala, Guerrero, entre ellas tres estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa y la desaparición de 43 alumnos del mismo centro escolar provocó la pérdida de la credibilidad del doctor Peña Nieto, que al decir de sus paisanos no cura ni un pulque y que según las revistas The Economist y The New Yorker ha provocado dudas sobre “la credibilidad ganada” y la percepción de que “el país puede írsele entre los dedos”.

“Por fin, el gobernador se va”, así se tituló el reportaje donde la revista británica The Economist destaca que lo ocurrido ha producido que sobre “el gobierno del señor Peña se tenga una visión de ineficacia, robándole algo del respeto que se había ganado a partir de dos años de reformas” (…) “Pero a menos que empiece realmente a intentar ejercer control sobre el crimen, el Estado de Derecho y la gobernabilidad, gran parte de la credibilidad ganada podría deslizarse a través de sus dedos”.

Por su parte, el semanario estadounidense The New Yorker publicó un artículo firmado por Francisco Goldman donde destaca que el secuestro de los estudiantes de Ayotzinapa “ha despertado el horror, la indignación y la protesta en todo México y en todo el mundo” (…) “y el teatro de cartón del gobierno ha caído, exponiendo verdades terribles de México”.

Aquí mi opinión: No va a ser con la renuncia de Ángel Heladio Aguirre, ni con el esclarecimiento del terrible acontecimiento de Iguala como va a resolverse este trance provocado por un crimen de lesa humanidad. Pienso que el primer mandatario debe aprovechar esta crisis de opinión pública para acercarse a la sociedad civil. Entre la ciudadanía puede encontrar mujeres y hombres en quienes apoyarse.

Se aproxima una elección en la que estarán en juego mil 951 puestos de elección popular. ¿No se podrá contar con ésa cantidad de ciudadanas y ciudadanos con preparación suficiente y, sobre todo, honrados para empezar a ciudadanizar y dignificar la política?

Me viene a la memoria una frase de Eduardo Galeano: “Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.