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Hay esta historia:

Unos vecinos de Chetumal habían organizado una fiesta con música beliceña y tostadas de pollo con queso holandés, para un político que aspiraba a ser candidato del PRI a gobernador de Quintana Roo.

El político no era del gusto del gobernador, ni lo era el festejo que le habían organizado, según la tradición chetumaleña de cerrar las calles al tránsito, poner una tarima para el conjunto musical, alquilar unas mesas para los invitados y unos toldos por si la lluvia.

Conforme llegó la hora de la fiesta, empezaron las dificultades. El que iba a rentar las mesas dijo que le habían llamado del gobierno para que no las rentara. El que iba a enviar los toldos dijo que le habían pedido del gobierno que no los enviara.

Invitados que habían confirmado su asistencia se disculparon porque les dijeron del gobierno que su primo o su hermano o su ahijado serían despedidos si asistían.

El conjunto beliceño que debía cruzar la frontera en Subteniente López, a media hora de Chetumal, fue detenido por falta de papeles que nunca les habían pedido.

El candidato que venía a Chetumal en una avioneta rentada no recibió autorización de aterrizar en el aeropuerto sino hasta que sus influencias en la Ciudad de México instruyeron a los controladores aéreos de la plaza.

La fiesta empezó tarde, pero se llevó a cabo finalmente, con inusitada afluencia.

Parece que fue ayer, que esto que cuento sucedió en el Chetumal de los gobiernos imperativos del pasado, capaces de expulsar de la vida pública a quien querían fuera de ella.

Pero pasó hace solo cinco meses, en las calles de Othón P. Blanco, de la ciudad de Chetumal.

El candidato al que no dejaban aterrizar era Carlos Joaquín, quien tuvo su fiesta, pero no resultó, en efecto, candidato del PRI, sino de una alianza opositora cuyas posibilidades de triunfo contra la “operación electoral”, al momento de escribir estas líneas, eran, por decir lo menos, inciertas.

La única defensa contra la “operación electoral” es que los votantes la derroten en las urnas, que salgan a votar.

En la decisión de votar llevarán el remedio, si alguno hay, y en el pecado de no hacerlo, la penitencia.

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