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          Solo hago cuentas políticas sin comparar, porque ya sé que no le gusta, de las diferencias de tiempos, espacio, condiciones y personalidad: de la indignidad del apoyo a aquella frustrada reelección, al encuentro, puedo decir, entre iguales, aunque por la disparidad de países, parecería imposible

La “operación electoral” es una vieja práctica nacional, bien arraigada en suelo quintanarroense. En los años 50 del siglo pasado era un juego de niños comparada con la de hoy. En las elecciones de 1958, un pariente hizo ganar en Chetumal al candidato presidencial del PRI rellenando las urnas con votos a su favor.

Lo hizo encerrándose durante un día entero, con su papelería sustituta en una maleta, en el armario del recinto donde se guardaban las urnas. Durante la noche votó sin cesar.

Chetumal tenía entonces 10 mil habitantes, todo el estado quizá 50 mil. No existían Cancún ni Solidaridad, ni había elecciones para gobernador, pues eran designados por el centro. La operación electoral no costaba un peso.

Hoy Chetumal tiene 300 mil habitantes y todo Quintana Roo millón y medio. La “operación electoral” es carísima y complicada, infinitamente más perversa, pero en espíritu es la misma, busca lo mismo: garantizar el triunfo oficial, venciendo y convenciendo si se puede, y como sea, si no.

No es una tradición violenta, como ha sido en otras partes de México, pero es una tradición abusiva y pegajosa. La llegada de democracia no la modificó de fondo, la amplió por otros medios.

Con mayor o menor impudor, con mejores o peores candidatos, con mejores o peores gobernantes, la “operación electoral” ha existido siempre en Quintana Roo, con el mismo propósito invariable: contener el voto adverso de la ciudadanía y exagerar el favorable.

La operación electoral de hoy es la multiplicación desorbitada de aquel mi solitario pariente, clonado sin recato en pirámides de votantes organizados y financiados por el gobierno.

La oposición ha denunciado que el costo de la operación electoral del gobierno durante estas elecciones llegó ya a los 500 millones de pesos. No es una cifra exorbitante si me atengo a mi encuesta ranchera sobre el costo de las campañas en mi tierra.

Pregunté a un conocedor cuánto había gastado, por fuera del financiamiento oficial, un candidato a presidente municipal de Cozumel. La respuesta fue: 2 millones de dólares.

Pregunté a otro enterado cuánto necesitaba un candidato para ser competitivo en Cancún. La respuesta fue 100 millones de pesos.

¿Cuánto puede valer entonces la elección de gobernador? ¿Solo 500?

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