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El primer embate de López Obrador al proceso de renegociación lo lanza hacia un terreno que él pretende desconocer, el de la institucionalidad

Para qué queremos a Steve Bannon y a los más duros asesores y funcionarios de Donald Trump para bombardear el éxito de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) si para eso tenemos a Andrés Manuel López Obrador.

La prisa que tiene la delegación mexicana por concretar la renegociación del TLCAN no solo tiene que ver con la necesidad de cerrar la ventana a las ocurrencias y arranques de Donald Trump, sino también de los populistas internos, destacadamente el eterno candidato presidencial de Morena.

Es evidente que destapar una renegociación comercial de esa envergadura a estas alturas del sexenio es una invitación abierta a los demonios internos a que se manifiesten y hagan de este momento un botín político muy atractivo.

Está claro que el libre comercio ha ganado más simpatizantes que detractores con los resultados, pero siempre tendrá un componente ideológico insuperable para arengar en la plaza pública

Mientras más cercano esté el 1 de julio del 2018, más subirá la estridencia en este y en todos los temas de la agenda nacional.

Por lo pronto, el primer embate de López Obrador al proceso de renegociación lo lanza hacia un terreno que él pretende desconocer, el de la institucionalidad.

En la crítica que hace López Obrador al presidente Enrique Peña Nieto de ser débil y sobajado por Donald Trump no sólo descalifica a la autoridad de su país en un momento delicado de negociación con Estados Unidos y Canadá, sino que deja ver su concepción del poder.

Desde su idea tiene que ser el presidente de la República quien decida, quien apruebe y quien mande a todos los demás.

Sabe, pero no comparte el principio, que el Estado está conformado por diferentes instituciones, como el Congreso, los empresarios, los sindicatos, los medios, los investigadores y académicos que son independientes a la voluntad de un solo hombre.

López Obrador proyecta en sus comentarios su certeza de que es el presidente el que decide todo y que sus ayudantes lo ejecutan y los demás obedecen.

Exigir la realización de la renegociación del TLCAN hasta después de las elecciones es un acto de gran soberbia ante su certeza de que va a ganar la Presidencia y ante su profundo deseo de dictarle a todos los demás qué es lo que sí aceptará y qué rechazará de un tal Donald Trump.

Si algo mostró la primera ronda de negociaciones del pasado fin de semana en Washington es que hasta los negociadores que trabajan en la Casa Blanca a unos pasos del presidente Trump creen en las instituciones y que incluso sus deseos más proteccionistas tienen que transitar las mesas negociadoras.

Al menos Andrés López no nos engaña y deja ver que si él llega al poder nada se hará sin su aval, no habrá negociación sectorial que no tenga su visto bueno y todos los que representen a México tendrán que llevar su aprobación. Busca que se le reconozca como el presidente fuerte que no fue sobajado ni sometido por Trump.

Esto no es algo que escape a la delegación estadounidense que tiene claridad de que pueden perder la posibilidad de un arreglo con México si estiran demasiado las renegociaciones y los alcanzan los tiempos electorales que pueden arrojar un esquema menos institucional y más personalista de conducir este país.