Elecciones 2024
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Acababan de pasar unos días, tras del primer debate presidencial. Las mediciones arrojaban que el electorado había dividido sus opiniones sobre el ganador entre AMLO y Ricardo Anaya. Y el war room de José Antonio Meade trataba de construir a marchas forzadas una narrativa para no quedar rezagados en la carrera.

A la casa de campaña acudieron, solidarios, la gobernadora de Sonora, Claudia Pavlovich, y su paisano, el exlíder del CEN priista, Manlio Fabio Beltrones. También, alejados de bullicios o recetas mágicas, se apersonó Augusto Gómez Villanueva.

A sus 88 años, el político hidrocálido se alista para llegar a San Lázaro por sexta ocasión y dentro de cuatro meses —independientemente del resultado de los comicios— tendrá la obligación de presidir la instalación de la Cámara de Diputados de la LXIX Legislatura, en su calidad de decano; es candidato plurinominal y su suplente, Ignacio Vázquez Chavolla, es uno de los colaboradores más leales de Meade.

Hace un mes, Gómez Villanueva llegó sin cita a la casa de campaña. “Lo que más falla es la transmisión del mensaje, el contacto con los medios”, diagnosticó después de ver el desempeño de su candidato en el debate. Y dijo que si se lo permitían, acudiría a las sesiones del equipo de comunicólogos que diariamente sesiona —de 8:00 a 9:30 de la mañana— para arrimar el hombro.

El exsecretario de la Reforma Agraria hablaba con la experiencia de haber sido protagonista de cuatro sucesiones presidenciales. En 1975 estaba enfilado a la candidatura presidencial, junto con Mario Moya Palencia, pero finalmente Luis Echeverría se decantó por José López Portillo.

Como premio de consolación estaba destinado a encabezar la bancada oficialista en San Lázaro pero optó por el autoexilio, tras ver la persecución al exdirector del Fideicomiso Bahía de Banderas, Alfredo Ríos-Camarena, quien fue uno de los arquitectos del proyecto presidencial de Gómez Villanueva, que durante una década fungió como embajador del gobierno mexicano, primero en Roma y después, en Managua.

De regreso en México, en 1988, volvió a las funciones parlamentarias, como diputado federal en la 54 Legislatura. Y regresó a San Lázaro en 1994 para la 56 Legislatura. Formaría parte de la bancada que encabezaría José Francisco Ruiz Massieu.

Al asesinato de Luis Donaldo Colosio, Gómez Villanueva estuvo entre los priistas que impulsaron la nominación de Fernando Ortiz Arana como candidato sustituto. Y a la muerte del exgobernador de Guerrero y secretario general del PRI, encabezó al grupo de legisladores priistas que exigió al presidente electo respaldar al cenecista Humberto Roque como líder de la bancada. Era un centenar de diputados que ocupó la oficina de Esteban Moctezuma hasta que Ernesto Zedillo cedió a sus pretensiones.

En el tramo final del sexenio zedillista, Gómez Villanueva hizo mancuerna con el exgobernador de Oaxaca, Heladio Ramírez, quien en 1998 llegó a la Secretaría General de la Liga de Comunidades Agrarias.

Tras la derrota del PRI en la elección presidencial del 2000, el político hidrocálido mantuvo su cercanía con las organizaciones cenecistas, a las que asesoraba en la gestoría de apoyos en distintas instancias federales. Así fue como en el 2002, el entonces secretario de Agricultura, Javier Usabiaga, encargó al joven economista José Antonio Meade, la reconversión del Banrural.

Esa reingeniería derivó en la creación de la Financiera Rural, cuyo primer director fue el recién graduado doctor en Yale. Gómez Villanueva le dio las claves para desmontar la estructura corrupta del banco y Meade integró a un equipo de abogados recién egresados, entre los que estaban Mikel Arriola y Jimena Galindo.

Gómez Villanueva, por lo demás, es uno de los mejores amigos de Dionisio Meade. Y es vecino del abanderado presidencial. Ambos tenían asiento permanente en el grupo compacto con el que construyó el proyecto de su candidatura, desde mediados del año pasado. Los otros “veteranos” del primer círculo meadeadista son José Ramón Martel y Heriberto Galindo Quiñonez.

Ese cuarteto fue el que trabajó al interior del PRI para lograr la eliminación del candado que impedía la postulación del secretario de Hacienda —quien no tiene militancia partidista— como “candidato ciudadano” del partido en el gobierno. Pero quedaron rezagados en la primera etapa de la campaña, por la estructura partidista encabezada por Enrique Ochoa Reza, Héctor Gómez Barraza y Arturo Zamora.

EFECTOS SECUNDARIOS

¿FRACTURAS? La procacidad de Mikel Arriola incomoda a Alejandra Barrales, pero sobre todo inquieta a los dirigentes del PAN y del Movimiento Ciudadano en la CDMX, quienes reconocen que la ex lideresa nacional del PRD ha tenido un desventurado desempeño en la búsqueda de la Jefatura del Gobierno capitalino. El mando estratégico de esa campaña quedó en el sol azteca y la urgencia de remontar es irrecusable, aunque los candidatos del blanquiazul al Senado y las alcaldías de Miguel Hidalgo, Cuauhtémoc y Benito Juárez podrían hacer lo conducente. ¿O no?

INCÓMODOS. Takeshi Yoshida, jefe de la división química de Mitsubishi, estuvo a finales de la semana pasada en Guerrero Negro, Baja California Sur. ¿De vacaciones? Para nada, sino para revisar los intereses del poderoso corporativo nipón en la Exportadora de Sal, la empresa paraestatal en la que tiene 49% de la participación accionaria. Los envíos del producto, desde la Isla de Cedros, estaban detenidos. Y la Secretaría de Economía ya escuchó severos reclamos de sus socios.