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Hernán Cortés regresó a Tenochtitlán el día de San Juan, el 24 de junio de 1520, después de haber derrotado en Cempoala a Pánfilo de Narváez, el enviado del gobernado de Cuba Diego Velázquez de Cuellar, quien tenía el objetivo de derrotar y capturar al extremeño.

La fortuna, la voluntad divina, así como el oro que distribuyó entre personajes claves del ejército enemigo le ayudaron a obtener una victoria fácil con pérdidas mínimas.

De hecho fueron tan grandes las promesas que Cortés les hizo a los hombres de Narváez que todos decidieron unirse a su tropa y seguir al extremeño de regreso a la capital mexica, donde obtendrían gran cantidad de oro, doncellas, tierras y gloria.
De esta forma, el ejército de Cortés creció de forma considerable hasta llegar a los mil 300 hombres y alrededor de 90-100 caballos (Bernal Díaz afirma que eran 97).

A los pocos días de consumar su victoria sobre su enemigo velazquista, se acercó a Cortés un hombre muy respetado entre la tropa y los capitanes, llamado Blas Botello de Puerto Plata. Se le tenía por nigromante, astrólogo y agorero.

Era admirado porque a que sabía latín, porque había visitado Roma y debido a que “tenía familiar”, lo que en aquellos años significaba que tenía la posibilidad de comunicarse con espíritus o seres del más allá. También sabemos que era hijo-hidalgo, perteneciente a la pequeña nobleza militar española compuesta por los hijos de los señores que pelearon durante la reconquista de la península, por lo que tuvo el privilegio de seguir los pasos de Cortés montando un caballo.

De acuerdo a Bernal Díaz del Castillo este personaje le dijo al capitán: “Señor, no os detengáis mucho, porque sabed que Don Pedro de Alvarado, vuestro capitán que dejasteis en la ciudad de México está en gran peligro, porque le han dado gran guerra y le han muerto un hombre, y le entran con escalas, por manera que os conviene daros prisa”.

A lo que se refería Botello era que Pedro, el famoso Tonatiuh, con sus hombres se encontraban sitiados en las Casas Viejas de Motecuhzoma, el que sería el palacio de Axayácatl, desde el 22-23 de mayo cuando realizaron la matanza de Tóxcatl.

Este evento trastocó las relaciones pacíficas y armoniosas entre los mexicas y los españoles, situación que Hernán Cortés se había esforzado por mantener.

El extremeño buscaba entregarle a su monarca Carlos V la capital mexica sin sufrir daños, con todo el aparato tributario implantado por los mexicas funcionando.

Cortés tampoco buscaba la muerte de Motecuhzoma, a quien le había tomado afecto debido a los más de seis meses que habían pasado juntos.

Por lo tanto las acciones de Alvarado tuvieron como consecuencia la ruptura de las relaciones pacíficas entre los españoles y los mexicas, quienes se verían enfrascados en una guerra total.

Los 500 años de la Noche Triste, la crónica - 2-5
La Noche Triste de acuerdo al lienzo de Tlaxcala

Hernán entró por la calzada de Tlacopan a la ciudad-isla acompañado de alrededor de mil 300 españoles y varios miles de guerreros tlaxcaltecas. Del Castillo comenta que eran dos mil guerreros aliados indígenas, mientras que el propio Cortés en sus cartas de relación dice que se trataban de tres mil indígenas.

Es curioso que cuando entraron a Tenochtitlán la ciudad parecía desierta, pues nadie salió a recibirlos. Se dirigieron al palacio de Axayácatl donde se encontraron con los maltrechos hombres de Alvarado, casi todos heridos. Cortés no castigó a su hombre de confianza por la matanza que encabezó, a pesar de las graves consecuencias que sus acciones causarían.

Durante esa jornada Cortés se negó a ver a Motecuhzoma debido a que había establecido comunicación con Pánfilo de Narváez a sus espaldas, lo que el extremeño calificó como una traición. Sin embargo, debido a que los mexicas habían cerrado el mercado de Tlatelolco y dejaron de enviarles comida y agua a los sitiados, no le quedó otra opción más que visitarlo y pedirle que diera la orden para reabrir el mercado.

Motecuhzoma, afligido, dijo que ya no estaba en su poder dar esa orden, pero que podían liberar a uno de los príncipes que lo acompañaban en su cautiverio para que se encargara de realizar dicha obra.

El elegido fue el hermano de Xocoyotzin, Cuitláhuac, quien fue liberado para abrir los mercados, pero en lugar de cumplir esta promesa se dedicó a organizar la resistencia de los mexicas para expulsar y, si fuera posible, exterminar a los españoles y sus aliados indígenas.

A partir del 25 hasta el 30 de junio se libraron terribles batallas en el recinto ceremonial de Tenochtitlán, así como los alrededores de las Casas Viejas de Motecuhzoma (en las actuales calles de Madero, México-Tacuba, Isabel la Católica y el zócalo).

Empezaron a presentar terribles bajas los españoles debido a la lluvia de piedras, dardos, flechas y varas tostadas que recibían al salir del palacio de Axayácatl tratando de incendiar y destruir las casas cercanas que eran usadas por los nahuas como bastiones para ofenderlos.

Incluso Cortés sufrió una herida en los dedos meñique y anular de la mano izquierda, por lo que le quedaron inutilizados de por vida. El 26 o 27 de junio de 1520 Motecuhzoma fue presionado por los capitanes españoles para que subiera a la azotea del palacio de Axayácatl para calmar los ánimos de los belicosos mexicas, así como para reiterar que Cortés no buscaba una guerra con ellos, y menos la destrucción de la capital mexica. Iba acompañado de Izquauhtzin, gobernado de Tlatelolco y fue escoltado por el comendador Leonel de Cervantes y Francisco de Aguilar.

El propio Cortés, como Bernal Díaz del Castillo comentan que fue insultado y repudiado por los mexicas después de escuchar su discurso conciliatorio abogando por “los invasores”. Como consecuencia de su postura, no solamente le lanzaron improperios sino también piedras y flechas. Un glande de honda impactó en su sien, lo que le causó una grave herida y tres días después la muerte (esta versión la sostiene Cortés, López de Gómara y Bernal Díaz del Castillo).

Habría que agregar que Motecuhzoma se negó a ser curado y a comer después de este suceso. Cayó en una fuerte depresión al ser rechazado por su propio pueblo.

Existen otras fuentes como la obra de fray Diego Durán, así como el códice Moctezuma, que afirman que el huey tlahtoani mexica fue asesinado por los propios españoles el mismo 30 de junio, horas antes del escape de Tenochtitlán.
Durán cuenta que fue encontrado muerto con los otros señores que se eran prisioneros de los españoles, como Cacama, tlahtoani de Tezcuco e Izquauhtzin, gobernante de Tlatelolco. Quizá nunca sabremos quién fue el responsable de la muerte del trágico emperador mexica.

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Códice Moctezuma.

El mismo 30 de junio entra nuevamente en escena el siniestro Blas Botello de Puerto Plata, quien a través de sus adivinaciones llega a la siguiente conclusión: si ese día no abandonan Tenochtitlán, todos los españoles, hasta el último, morirían a manos de los nahuas.

Este vaticinio se lo compartió a Alonso de Ávila, y este a su vez a otros capitanes de importancia dentro del ejército como Diego de Ordaz, Cristóbal de Olid, Gonzalo de Sandoval, Juan Velázquez de León y otros. Estos se organizaron para visitar a Cortés y compartirle la urgencia de escapar de la ciudad de los mexicas, hacer camino a Tlaxcallan para reorganizar sus fuerzas y regresar el año siguiente para conquistar la ciudad.

Cortés se negó a abandonar la ciudad, incluso afirmando que con su propio oro y plata podían realizar las balas y municiones solicitadas por los artilleros y arcabuceros, las cuales ya escaseaban.

Los peores temores del extremeño se hacían realidad, pues era consciente que podían ser emboscados cuando escaparan utilizando alguna de las largas calzadas que conectaban la ciudad isla con tierra firme, las mismas que cruzaban las turbias aguas del lago de Tezcuco. Esto sin mencionar que los mexicas habían levantado los puentes que cubrían las cortaduras de estos caminos.

Sin tener otra opción más que acceder, el extremeño confirmó que abandonarían Tenochtitlán esa jornada, pero puso como condición que fuera bajo el amparo de la obscuridad, antes de la medianoche.

De inmediato iniciaron los preparativos. Cortés mandó separar el oro perteneciente al quinto real destinado al monarca español, el cual colocó “dentro de 8 cestas y 8 o 10 cajas sobre una yegua” vigilada por su mayordomo Cristóbal de Guzmán y Alonso de Escobar, ambos bajo el mando de Juan Velázquez de León.

También repartió el oro que habían obtenido desde su entrada a Tenochtitlán, un estimado de 600 mil pesos oro, primero entre los capitanes y luego entre la tropa. Un hombre llamado Benavides se encargó de fundir las narigueras, bezotes, ajorcas, pectorales en lingotes de oro de tres dedos de ancho.

Estos tejos fueron tomados por la tropa para colocarlos debajo de sus armaduras de metal y sus petos de algodón. Bernal comenta que él solamente tomó cuatro chalchihuites, piedras verdes.

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El tejo de oro encontrado en 1981 cuando se construía Banca Nacional sobre avenida Hidalgo. Se exhibe en la sala mexica del Museo Nacional de Antropología. Mudo testigo de la Noche Triste.

La salida comenzó por la calzada de Mexihco-Tlacopan entre las 11 y 12 de la noche de este fatídico 30 de junio. Trataron de salir sin ser vistos, incluso se colocaron lienzos de algodón cubriendo las patas de los caballos para que no hicieran ningún ruido.

Llevaban puentes portátiles para poder superar las cortaduras de las calzadas. Lograron cruzar el primer ojo de agua, el de Tepatzinco, sin embargo al llegar al segundo fueron emboscados por los guerreros mexicas que se aproximaban a los españoles usando sus canoas.

Al principio utilizaron la distancia para infligir terribles daños entre los españoles usando sus dardos, pero después se acercaron para iniciar el combate cuerpo a cuerpo y capturar a sus enemigos para poderlos sacrificar.

Cabe mencionar que el segundo ojo de agua llevaba por nombre “puente de los toltecas” y se ubicaba justo donde ahora se levanta el templo de San Hipólito en avenida Hidalgo. Al parecer el ataque causó tan tremenda confusión entre los españoles y sus aliados que nunca llegó Francisco Rodríguez Margariño con sus hombres para colocar el segundo puente, por lo que las personas empezaron a caer al agua empujados por los que iban en la retaguardia. La derrota fue total.

Aunque Cortés afirma que perdió 150 hombres esa noche, Bernal Díaz comenta que murieron 860 españoles, más del 50% de la fuerza, más mil 200 tlaxcaltecas. Todos los sobrevivientes terminaron heridos debido a las piedras y flechas que les lanzaron los mexicas.

Entre los muertos de esa jornada se encontró el mismo astrólogo Blas Botello, así como el hijo predilecto de Motecuhzoma, Chimalpopoca, los conquistadores Velázquez de León, Cristóbal de Guzmán, el paje Orteguilla, Lares el buen jinete, Francisco Saucedo, Doña Elvira y Doña Juana, esta última hija de Nezahualpilli, y muchos otros.

También se perdió la yegua que llevaba el quinto real para el monarca, el dolor de cabeza de Cortés y el tesorero real Julián de Alderete por muchos meses.

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Templo de San Hipólito, donde Cortés levantó la Ermita de los Mártires, en el siglo XVI.

Después de que Cortés llegó a Popotla, regresó por la calzada en busca de su retaguardia. Se encontró con Alvarado y un puñado de sobrevivientes que corrían para llegar a tierra firme. Al preguntarle dónde se encontraban sus hombres, Alvarado contestó: “ Señor, todos están ya acá y si algunos quedan no hagáis cuenta de ellos”, dejando claro que todos habían sido capturados o muertos.

Afirmación completamente falsa de Tonatiuh, pues muchos seguían combatiendo, e incluso un grupo mayor a 200 hombres regresó al palacio de Axayácatl al ver que no podían seguir avanzando. Días después fueron capturados y seguramente sacrificados por los mexicas.

Esta fue la peor derrota que sufrieron los españoles durante la conquista de América. Cabe mencionar que los sobrevivientes, 450 españoles, 23 caballos y un puñado de tlaxcaltecas no se detuvieron en Popotla, sino que llegaron a Tlacopan (Tacuba), donde fueron alcanzados por Cortés, quien estableció la ruta para llegar a Tlaxcallan con la ayuda de sus aliados indígenas.

Aún así, el ataque parecer haber continuado en esta ciudad, pues murieron tres españoles más en este lugar.

Finalmente, ni Cortés, ni el propio Bernal Díaz del Castillo, tampoco Sahagún afirman que el “Marqués” se haya sentado debajo de un ahuehuete para llorar su triste derrota. Bernal Díaz comenta: “que como Cortés y los demás capitanes le encontraron de aquella manera y vieron que no venían más soldados se les soltaron las lágrimas de los ojos”.

A los sobrevivientes les esperaría una larga caminata bordeando los lados de Xaltocan, Zumpango y Tezcuco, así como una batalla y varias escaramuzas, para finalmente llegar a Tlaxcallan donde serían recibidos en paz por sus aliados.

Para finalizar hay que agregar que el 26 de junio de ese mismo año fueron capturados 50 españoles y alrededor de 450 aliados indígenas en la población acolhua de Sultepec, para después ser sacrificados entre julio de 1520 y los primeros meses de 1521, así como 72 conquistadores derrotados en Tuxtepec.

Este martes 30 de junio se conmemoran los 500 años de la llamada Noche Triste para algunos, y Noche Victoriosa para otros, así como todos los hechos narrados en esta larga, pero intensa crónica.

Enrique Ortiz García
Divulgador cultura y escritor
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