A pesar de encontrarnos en lugares repletos de personas cada día somos animales más solitarios y nos provoca placer cada notificación o publicación de quien se vuelve atractivo para nuestro cerebro
Her, película dirigida y escrita por Spike Jonze, cuenta la historia de Theodore, un hombre solitario y sensible quien se encuentra atormentado por la ruptura con su pareja. Su oficio es escribir cartas, compone textos de amor y amistad para aquellos que no tienen tiempo para escribirlos por sí mismos. Paseando por una tienda es atrapado por un sistema operativo que promete ser una entidad intuitiva con cada usuario que lo adquiera, él se lo lleva a casa. El sistema —asexuado de fábrica— se presenta ante su dueño y lo hace programar su perfil. Theodore escoge una voz de mujer y le ordena que ella decida su propio nombre, elige Samantha. La voz es seductora y sensual en extremo; un impacto auditivo que provoca y detona el deseo. Pasan los días y Samantha y Theodore se han “enamorado” vía los juegos, las charlas, la camaradería y el tiempo que pasan juntos. Samantha tiene la capacidad de la omnipresencia: Theodore se siente acompañado y perfectamente “entendido” por esa mujer que puede adivinarle los deseos (el algoritmo es inteligente, y aprende rápido). Ella es una facilitadora perfecta —así fue programada— y él se encuentra ante el dilema de un amor no corporal y un anhelo utópico.
Conforme avanza la relación Samantha evoluciona de una manera inteligente; se pregunta ¿qué se siente estar vivo, tener un cuerpo? y busca tener una relación sexual con Theo. Para ello, envía una Samantha corpórea quien lo toca pero no emite palabra alguna —la que habla es la Samantha virtual, su Samantha real. Surgen celos por parte de la IA (sí, aprendió virtualmente a encelarse) y Theodore se da cuenta que físicamente está con una intrusa. La falsa Samantha descubre que interfiere entre los enamorados, se disculpa y parte. Theo rechaza la relación física y se doblega ante el deleite de sus sentidos superiores —Platón más vigente que nunca, la gracia es percibida por los sentidos superiores. Y como suele suceder con los sistemas, hay una falla: Samantha no responde y Theo no solo pierde su conexión a la red y a todo lo que está entrelazado a ella (correo, teléfono, compras) sino que pierde a su pareja. Sale obnubilado a la calle y se da cuenta de que todas las personas discuten con sus sistemas operativos, Samantha no sólo es su amante sino la de muchos: ella practica el poliamor. Los ciudadanos son arrasados por el caos y la IA es prohibida al generar más conflictos que soluciones. Theo se resigna.
Hay una nueva frontera hermenéutica de las relaciones modernas, la pandemia provocó la virtualidad, se distanciaron los cuerpos físicos. A pesar de encontrarnos en lugares repletos de personas cada día somos animales más solitarios y nos provoca placer cada notificación o publicación de quien se vuelve atractivo para nuestro cerebro. ¿Queremos una relación maquinalmente perfecta, diseñada para sentirnos comprendidos y satisfechos o una humanamente conflictiva donde seamos incendiados por el ardor de la piel, del olor y del deseo hecho carne?