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Amanecí con ganas de ser detective de la historia, bombardear mis propios preceptos y llevarme a terrenos incómodos, donde la razón domina a la fe. Piso zonas pantanosas que apestan a azufre pero soy curiosa y, al igual que Eva, me gusta comer del fruto prohibido: saber.

Tengo la leve sospecha de que muchas de las historias que se nos han contado a través de los años —más que cuestiones de fe— son preceptos de salud pública. Me explico, las prohibiciones alimenticias de algunas religiones hacen sentido con la lógica médica: la carne de cerdo contaminada con Taenia solium, produce cisticercosis, varios peces y moluscos que habitan en el fondo de los mares se alimentan de desechos humanos y son foco de enfermedades. Antes de la invención de la pasteurización, los lácteos se contaminaban muy rápido y era peligroso combinarlos con otros alimentos, por ejemplo, con la carne. ¿Sería más fácil mantener el orden y la salud a través del miedo y lo esotéricamente desconocido que comprobando la ciencia?

En la historia de David y Goliat, los hombres de Israel y los filisteos montaron en guerra. Del campamento filisteo salió un hombre de una altura descomunal, Goliat, medía seis codos y un palmo, portaba en su cabeza un casco de bronce y vestía una cota de malla, su lanza era enorme, pesado su escudo. Se paró frente a los guerreros de Israel y los desafió, les dijo que escogieran a un hombre que peleara contra él, si dicho hombre lo venciere, los filisteos serían sus siervos y si él pudiere más que el hombre, los hijos de Israel los servirían a ellos. Todos le temían, nadie se atrevía a retarlo. David era un joven pastor y sus hermanos mayores eran soldados del ejército de Israel. Un día, cuando llegó al campamento a llevarles comida escuchó el desafío diario de Goliat. Sin armaduras, vestido sólo con su fe, tomó cinco piedras lisas, las colocó en una bolsa, cogió su honda y se plantó frente al gigante. Goliat, al verle, se burló de él, un pobre pastorcillo no podría vencerlo. David le lanzó una piedra golpeándolo en la frente provocando así su muerte. Aquí viene el tufo a azufre (y mi condena). Especulo que tal lucha sí se llevó a cabo y que Goliat sufría de gigantismo: tenía la hipófisis crecida y con todo el cuadro médico era factible que padeciese de una pérdida de visión lateral. David podría haberle lanzado la piedra desde un ángulo ciego y el gigante pudo haber perdido la vida debido a un sangrado cerebral, pero es más vendedora la historia de la fe y la valentía, es romántica, se la puede manipular para convencer. 

Y para gobernar.

¿Podríamos encontrar una explicación racional para cada uno de los actos de fe que nos han inculcado por siglos? Podríamos, aunque prefiero cambiar de página y gozar con el erotismo del Cantar de los Cantares: mismo libro, diferentes vibras, mejores humedades. 

Finalmente, la poesía y la literatura entran de manera natural en la psique humana, la realidad es tan dura que necesitamos medicarla para que no duela.