El liderazgo no es un salto al vacío, tampoco la renuncia a actuar a partir de que es poco el margen de lo que puede hacerse. México estará ante este dilema al inicio del próximo gobierno
En el devenir de los asuntos públicos y de la vida de las naciones, se presentan dos visiones encontradas: el voluntarismo y el determinismo. Por lo primero se alude a la disposición que tiene el actor político, casi siempre el líder, para definir lo que habrá de ocurrir. Para el voluntarista, todo es cuestión de describir lo que no ha funcionado y convocar a lo que se propone. La mala economía, la inseguridad o la corrupción se resuelven con la simple manifestación de voluntad; los problemas empiezan o se mantienen, por la falta de apoyo de “otros”, que pueden ser los contrapesos constitucionales, las leyes, la burocracia o incluso los empresarios o los trabajadores, que son vistos como ilegítima resistencia al cambio.
El determinismo, en cambio, es una especie de fatalismo pues asume que poco puede hacerse. Prácticamente todo está predefinido por fuerzas que exceden el control del gobierno o del aparato político, incluso del país. La globalización recurrentemente se ha planteado como razón de lo que ocurre en naciones como la nuestra. Bajo esta lógica, los estados nacionales se someten a las fuerzas económicas y renuncian a contener la exclusión implícita y el deterioro de la soberanía nacional.
El voluntarismo es la gran seducción de nuestros tiempos. El populismo y las dictaduras plantean que la solución a todos los problemas depende de la decisión de quien gobierna. En su extremo, lleva al rechazo de toda contención, desdeña la legalidad y cuestiona al Congreso y el escrutinio público que realizan los medios de comunicación.
Un ejercicio virtuoso del poder se asocia a conciliar los espacios de maniobra del gobierno o del régimen político, frente a un entorno de reglas, principios y contenciones que por igual se derivan del sistema democrático, que de factores externos. Siempre hay espacio para la voluntad de quien gobierna, pero en la medida en que se reconozcan las limitaciones y haya método para actuar con realismo y con claridad sobre los efectos a futuro de las decisiones públicas.
El liderazgo no es un salto al vacío, tampoco la renuncia a actuar a partir de que es poco el margen de lo que puede hacerse. México estará ante este dilema al inicio del próximo gobierno.