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El 11 de julio pasado se entregó al Archivo General de la Nación el archivo de Manuel Moreno Sánchez, personaje clave de la vida política de México.

Fue presidente del Senado, amigo y estratega del presidente Adolfo López Mateos (1958-1964). Después, luego de la masacre de Tlatelolco, fue el primer disidente público del sistema priista y el precursor de la escisión que partiría por la mitad al PRI en las elecciones de 1988.

Junto con el historiador Lorenzo Meyer y Porfirio Muñoz Ledo, fui invitado por los hijos de Moreno Sánchez, Alejandra, Carmen y Héctor Moreno Toscano, a decir unas palabras sobre este personaje único, cuya memoria inacabada es uno de los huecos de la memoria de México.

Manuel Moreno Sánchez fue el primer gran político que traté. Llevaba en su persona el irresistible sabor de la historia vivida.

Lo recuerdo riendo con su gran bocaza de dientes blancos, en el rostro moreno de ojos a la vez desengañados y risueños, bajo la frente rotunda, grande como la inteligencia y la vida que había detrás.

Lo recuerdo hablando sin tapujos, sin ilusiones pero sin desesperanza, de las condiciones del país.

Había sido separado del poder y sometido a un virtual exilio interno durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), de quien había sido adversario abierto y preciso profeta.

“Es un hombre colérico”, había dicho. “Si es presidente, habrá muertos”. Los hubo.

Me contó el día en que López Mateos le dijo que el candidato del PRI sería Gustavo Díaz Ordaz.

Lo invitó a caminar por los jardines de Los Pinos. Le dijo que el secretario de Gobernación, Díaz Ordaz, había ganado el apoyo de las fuerzas políticas y que no estaba en su mano, en la mano del Presidente, revertir la situación.

“Si tú lo dices, así ha de ser”, accedió Moreno Sánchez.

El Presidente le pidió luego que aceptara su decisión y que saludara al nuevo abanderado de la revolución.

“Si tú me lo pides”, accedió Moreno Sánchez.

El Presidente le dijo entonces:

“Mira, el candidato está ahorita en mi despacho con los líderes del partido y los líderes obreros. Quiero que lo saludes frente de ellos”.

Moreno Sánchez asintió.

“Quiero algo más”, dijo el Presidente.

“Lo que me pidas”, accedió Moreno Sánchez.

“Quiero que, cuando entremos a mi despacho, lo hagamos riendo los dos, con una gran carcajada, como si nos hubiéramos contado un buen chiste”.

Así lo hicieron.

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