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Las mesas del coloquio Desafíos a la libertad celebrado el domingo pasado en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara fueron ricas en miradas críticas sobre la democracia mexicana.

Sus temas fundamentales pueden agruparse en tres. Primero, la naturaleza populista del nuevo gobierno. Segundo, la dureza polarizante del discurso presidencial. Tercero, la fragilidad de la democracia misma, cuya permanencia nada garantiza.

Dediqué mi participación en una de las mesas a recordar las constantes relativamente universales del populismo en el poder de nuestros días. Son las que siguen:

Hablar a nombre del pueblo como una representación exclusiva, ajena a la pluralidad política democrática.

Procurar la captura de los otros poderes del Estado: Legislativo, Judicial, de las entidades federativas.

Contener o controlar los órganos autónomos del propio Estado en sus diversos órdenes: electorales, de competencia y regulación económica, de derechos humanos, transparencia y rendición de cuentas.

Rechazar a la sociedad civil, a sus organizaciones, y a sus expertos, lo mismo que tratar de controlar a los medios de comunicación.

Crear nuevas clientelas sociales y políticas dependientes del presupuesto.

Hacer nuevas constituciones.

Todos estos son rasgos que vemos desplegarse en mayor o menor medida en el gobierno de López Obrador, al que Roger Bartra juzgó, en el mismo coloquio, como un desprendimiento histórico, un linaje extraviado del populismo mexicano del siglo pasado, aquella cultura del nacionalismo revolucionario que encarnó el PRI.

El PRI, recordó Bartra, no engañaba a nadie con la contradicción de su nombre: era el partido de la revolución institucionalizada, el partido de la revolución popular hecha gobierno: el populismo hecho poder y hecho también cultura política. No solo gobierno, también sociedad.

Aquel linaje perdido, dice Bartra, interrumpido por lo que llamamos neoliberalismo, derrotado por la transición democrática, está de regreso en el proyecto de López Obrador.

De ahí el nuevo oxímoron que nos rompe la cabeza: la promesa de una Cuarta Transformación que se describe a sí misma como un regreso a los tiempos del desarrollo estabilizador.

La regeneración que prometen las siglas de Morena es en realidad una restauración conservadora, dice Bartra, y tiene un claro aire de familia con la revolución institucionalizada que prometían las siglas del PRI.