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La oposición, en todas sus facetas, tiene enormes debilidades de su propia cosecha, pero creo que esas debilidades no deben juzgarse sin ponerlas en el contexto de los poderes dictatoriales que enfrentan.

Morena ha sido ineficiente en todo, menos en su diseño de concentrar el poder. Y ese poder en acción es la realidad central del momento político de México, la realidad que define las otras.

Salvo Trump y el crimen, todos los otros poderes en juego son pequeños frente al poder amasado por Morena.

Coincido con la percepción de que el único riesgo a la vista para Morena en el poder es el de sus escisiones internas. Sólo de ahí vendrá, como vino del PRI en 1988, con el cardenismo, la posibilidad de una redistribución de los votos y de la representación política.

Creo que eso sucederá, en cierto modo ya está sucediendo, pero, mientras tanto, el poder de Morena es avasallador, es el poder de un partido de Estado, en un sistema de partidos cuasi testimoniales.

Los poderes de Morena están ya en la Constitución y en las leyes. Les falta sólo una ley para cerrar el círculo jurídico dictatorial: la ley electoral que cocina la comisión oficial designada por la presidenta Sheinbaum, para asegurarse de que, en adelante, nadie pueda ganarle una elección al partido en el gobierno.

La reforma está enunciada en sus detalles y no hay cómo llamarse a sorpresa, ni sobre sus intenciones, ni sobre sus consecuencias.

Volverá imposible la alternancia democrática, dejando abierta la puerta del cambio sólo al factor de lo inesperado: acumulación de hartazgos, movilizaciones extraordinarias o acontecimientos catastróficos.

Creo que la oposición existente hoy sería menos débil si se uniera al menos para evitar la consumación de la reforma anunciada.

Le haría un gran servicio a la República impidiendo, al precio que sea, este último grillete legal de Morena.

Se haría también un servicio a sí misma: el de seguir existiendo.

Este es el pleito electoral estratégico que libran la oposición y la dictadura en ciernes de México: no el de las elecciones mismas, sino el de la ley electoral que las hará irrelevantes.