Asociar lo que ocurre ahora al pasado es minimizar el riesgo que el país encara hoy y, particularmente, una forma de exonerar los excesos presentes
Es un error asociar el régimen político que ahora se perfila con el del pasado distante. Lo primero que hay que destacar es la génesis de cada uno de los sistemas. El del pasado fue producto de un accidentado proceso para transitar de la rebelión y la violencia a la vía política a manera de gestionar el poder. Por otra parte, hubo un notorio y fructífero impulso hacia la institucionalización que recorre décadas en entornos cambiantes. El arribo a la democracia electoral fue el resultado de la última etapa del reformismo del régimen con el concurso relevante de toda la oposición de aquellos años. Se desconcentró el poder y se construyó un sistema de pesos y contrapesos con ejemplares instituciones electorales.
Lo que vemos ahora es radicalmente diferente. Las amenazas a la paz social hoy provienen del crimen organizado, a quien por cierto se le ha combatido con una estrategia que no parece haber funcionado, lo que ha llevado a una muy complicada situación en la que prevalece la impunidad y deja a las personas y sus familias expuestas en sus vidas y patrimonios en algunas regiones del país.
Asociar lo que ocurre ahora al pasado es minimizar el riesgo que el país encara hoy y, particularmente, una forma de exonerar los excesos presentes. Más aún, en muchos sentidos, al menos en materia económica, régimen electoral, rendición de cuentas y libertades se lograron transformaciones profundas, las que ahora se ven comprometidas.
La modificación al sistema judicial tiene consecuencias para la vigencia de la Constitución y la justicia en todas sus expresiones. Pero no esquivemos la realidad, esto ocurre a partir del fracaso de la oposición para contener el proyecto autoritario en la contienda. Más allá de la polémica de la sobrerrepresentación está la evidencia de que los partidos opositores perdieron en 256 de los 300 distritos y en 31 de las 32 entidades en la elección de senadores.
Los partidos opositores requieren un honesto y riguroso ejercicio de autocrítica para examinarse, sin autocomplacencias, en el espejo de su derrota. No pueden eludir responsabilidad asignando culpas o razones externas. Los opositores son también parte de las causas del desdén de las mayorías al régimen democrático.