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Una de las características de la política en general, pero de la mexicana en particular, consiste en la habilidad para disimular las motivaciones.

Mientras mejor se “esconda la piedra y tire la mano”, más hábil, reconocido y votado será el aspirante al poder, pues eso y no otra cosa es un político.

El actual gobernante, a lo largo de su compleja historia hasta llegar al Palacio Nacional, es prolijo en ejemplos de ese difícil arte de vender gatos vestidos de conejo; billetes de tres pesos y ansias de poder disfrazadas de fraternidad y amor al semejante.

Y mientras más abajo esté el prójimo más proclive será a la gratitud de quien mezcla caridad (con sombrero ajeno) y administración nacional.

En este sentido, una de las más recurrentes maniobras es la figura revocatoria del mandato, la cual puede ser interpretada de dos formas.

Una, el extremo de la rendición de cuentas (jamás su sustituto) y la otra, la autopromoción de quien ofrece el pecho a la metralla para probar la dignidad de su causa. Las dos son falsas.

La única experiencia en consulta revocatoria ejecutiva es la del propio López Obrador durante su gestión como jefe de Gobierno del Distrito Federal. En ese tiempo dos estrategias surgieron a la luz.

Una, las pensiones universales para ancianos (en la práctica, una compra anticipada de votos) y la otra, el gobierno por bando o decreto. En ambos casos la finalidad fue la concentración del mando y el avance de un modelo unipersonal.

En ese tiempo, como ahora al Congreso,  el ejecutivo controlaba a la ALDF .

En aquellos días, esto ocurrió:

“(El economista).- De acuerdo con los resultados finales del Gobierno del Distrito Federal, 556 mil 727 personas participaron en la consulta pública convocada por el jefe de Gobierno sobre la revocación de su mandato, de las cuales 531 mil 771 (95 por ciento) votaron en favor de que permanezca en el cargo…

“…No hay nada en el corto plazo que indique que yo abandone el gobierno de la ciudad, sólo lo abandonaría si la gente lo decide o injustamente me destituyen con el proceso de desafuero, sólo por esas razones” me iría, añadió”.

Eso fue mentira, Fox, abandonó el desacuerdo; López Obrador abandonó el cargo y se fue a buscar la Presidencia. Se “auto revocó”.

La primera consulta (manipulada como todas),  fue utilizada como ensayo general para la elección federal siguiente. López Obrados, utilizó la jefatura de gobierno para construir una candidatura federal.

Por eso en los documentos internos estratégicos del referéndum, nunca se hablaba de “revocación”; sino de “confirmación del mandato”. Ahora serviría para afianzar a un gobierno emproblemado por todos los flancos.

Pero el intento de una revocación simulada, tuvo –en los tiempos actuales–,  un tropiezo. El presidente no pudo empatar su maniobra con las elecciones intermedias y repetirse en las boletas.

Y hace un par de días, insistió.

¿Por qué?

Porque en su consideración sobre la crítica y sus efectos, los admita o los niegue,  ésta desaparecería si una consulta lo confirma en el cargo (sin necesidad, porque quien lo avala es la Constitución).

Aun así, el 20 de noviembre pasado, el Señor Presidente soltó esta peregrina idea:

“(El economista).- El presidente Andrés Manuel López Obrador aseguró que en 2022 se someterá a la revocación de mandato para evitar que haya un golpe de Estado en nuestro país”.

“…¿quieres que continúe el Presidente o que renuncie? El pueblo pone y el pueblo quita…. Eso ya está establecido en la Constitución”, dijo.

Sin embargo en  este segundo intento, rechazado desde ya en el Senado de la República y declarado muerto por Ricardo Monreal, las razones son otras: deslegitimar a  la oposición.

–“¿…Qué les ofrezco a los conservadores, con todo respeto?

“…Que sea el pueblo de manera pacífica el que decida. Les ofrezco adelantar la fecha, que la revocación del mandato no sea hasta el 22, que la hagamos aprovechando que van a haber las elecciones el mismo día, es una tarjeta adicional…

“…Y podemos hacer el cambio a la Constitución y yo envío, si me responden hoy, mañana la iniciativa de reforma constitucional; y se puede, porque se tendría la mayoría absoluta, tanto en la Cámara de Diputados como en la Cámara de Senadores… (ahí no)”

Pero el enojo es como el coronavirus: tiene fases y si la epidemia y sus consecuencias económicas no se resuelven, llegará una etapa incontrolable. Quizás un  referéndum sea fácil en 2021, pero como van las cosas, arduo en 2022. También por la culata, sale el tiro.