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Hoy se votará en la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia un caso fundamental para el futuro del debate, la legislación y la regulación legal de la mariguana en México.

Se trata de la discusión de la ponencia que otorga un amparo a ciudadanos que pretenden formar un club de consumo recreativo de cannabis, lo cual implica la libre producción y distribución de la yerba entre los miembros del club sin otra restricción que su comercio.

La ponencia deja en suspenso, como inconstitucionales, los artículos que prohíben eso en la ley general de Salud, abre la puerta a otros clubes y, en el tiempo, a la reformulación, en un espíritu no prohibicionista, de toda la legislación referida a la producción y el consumo de la mariguana.

He escuchado y leído estos días argumentos de amigos y observadores que lamentan de este proceso el hecho de que venga por la Corte, y no del Congreso o de un referendo que otorgue al tema mayor densidad democrática.

Difiero de esta opinión, porque no creo que los fallos de la corte valgan menos ni sean inferiores a ninguno de los otros procedimientos y poderes previstos por nuestro diseño democrático. Antes, al contrario.

Además, casos como el que se juzga hoy es precisamente de los que solo la Corte puede resolver con eficacia política y legitimidad institucional.

Porque se trata de un caso que desafía los prejuicios de la mayoría, lo mismo que la prohibición de la pena de muerte, el derecho al debido proceso, o el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Contra la evidencia científica los mexicanos creen, en muy altos porcentajes, del orden de 70 por ciento, que la prohibición de la mariguana debe mantenerse como está.

Como políticos profesionales que son, ni los legisladores ni la autoridad van a encabezar nunca un movimiento contra esa opinión mayoritaria.

La Suprema Corte puede hacerlo porque, entre otras cosas fundamentales, para eso está: para vencer los prejuicios de la multitud cuando son inconstitucionales, para definir criterios de legalidad que pueden ser impopulares pero son parte de la letra y el espíritu de nuestro acuerdo constitutivo, el más general pero también el más profundo y el más esencial de todos.

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