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El secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, me sobresaltó anoche: a la patrulla militar que había capturado a un hijo de El Chapo y a otros tres agresores le ordenaron “suspender dichas acciones”, o sea: liberar a malhechores detenidos en flagrancia.

Adujo que lo que se quiso fue preservar la tranquilidad de los culiacanenses.

Clap clap, clap (gulp, gulp, gulp).

Oronda y lironda, la guerra del narcotráfico por la que tan vilipendiado ha sido Felipe Calderón sigue librándose y peor: recrudeciéndose, 13 años después de que, por angustiosa petición del gobernador de Michoacán en 2006, Lázaro Cárdenas Batel (hoy jefe de asesores del presidente Andrés Manuel López Obrador), el Ejército fue enviado a perseguir a quienes integraban La Familia Michoacana.

Desde entonces no han cesado las hostilidades, cualquiera sea la modalidad en que se manifiesten: entre integrantes de una misma organización y entre bandas rivales, ataques a fuerzas de seguridad de los tres niveles de gobierno y de éstas, como ayer, contra poderosos grupos delincuenciales.

Cada uno de los cuatro días recientes fue marcado por la incesante guerra: el lunes, con el asesinato de 13 policías estatales en Michoacán; el martes en Guerrero, con el homicidio del militar que había logrado abatir a 14 matones; en Guanajuato con tres enfrentamientos (el primero con ataque al hotel en que se hospedaban policías federales) y saldo de cuatro muertos.

La mayor expresión de esta guerra interminable hizo de Culiacán su campo de batalla, con bloqueos de calles y avenidas; quema de vehículos y fuga de una veintena de presidiarios.

El presidente ha insistido en que, para conseguir la pacificación del país, lo mejor es atacar las causas de la violencia. Lo recordé aquí antier (Se impone combatir a los criminales) y coincido con la idea. Juan Enrigue Z. escribe: “Si bien esa premisa puede sonar o parecer inatacable, pudiera complementarse con que la delincuencia también debe ser atacada”.

Y respecto del soldado que antes de morir liquidó a 14 sicarios, otro lector, Luis Fernando Vega de Ávila me corrige: “De ninguna manera es aceptable ­–para mí, y me imagino que para muchos más– decir que es El primer héroe de la 4T. Me parece una burla porque nos queda clarísimo que es un héroe, pero de la nación. Muchos mexicanos hemos sido testigos del trato indigno, el menosprecio, el denuesto y toda la serie de acciones y comentarios negativos e insultantes de los que el Ejército Mexicano ha sido objeto desde la Presidencia”.

Como sea, cuando a una orden le sigue una contraorden, el único resultado es el desorden.

Dicen que las avestruces entierran la cabeza cuando no quieren ver (y que cuando todas lo hacen, la que llega retrasada pregunta: “¿A dónde se fueron las demás?”). Pero lo que vive México no es una fábula, sino una guerra.

Cabe preguntar: ¿los patrullajes a riesgo de vidas militares y policiacas son para hacerle al puro pinche cuento…?

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