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El creciente viraje hacia el proteccionismo de la política comercial de Estados Unidos —que ha resultado en la imposición de aranceles a las importaciones de China y la amenaza de medidas similares contra Europa y México—, aunado a las medidas compensatorias impuestas por China, se ha convertido en un pesado lastre para la economía global.

Tanto el Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional han revisado considerablemente a la baja sus estimados de crecimiento global como resultado de la disminución en los flujos comerciales y de inversión a nivel internacional.

La disrupción en las cadenas globales de suministro y producción generada por los aranceles y la incertidumbre sobre los objetivos reales de la política comercial estadounidense ha golpeado frontalmente a las grandes economías exportadoras de Europa (como Alemania) y a los gigantes asiáticos (como China, Japón y Corea del Sur, entre otros).

Aunque la economía americana mantiene un ritmo de crecimiento sólido, el buen comportamiento del consumo (impulsado por el pleno empleo y el crecimiento en los salarios) está escondiendo una fuerte caída en los niveles de confianza empresarial y una fuerte desaceleración en el sector manufacturero.

Los índices de manufactura global se ubican en territorio de contracción desde hace algunos meses, situación que no ocurría desde principios del 2016, y su ritmo de caída es el más pronunciado desde el 2012, cuando la economía global navegaba en el punto más álgido de la crisis de la Eurozona.

Esta semana, la lectura mensual del Índice de Pedidos Manufactureros (PMI por su sigla en inglés) en Estados Unidos, correspondiente a agosto, sorprendió a la baja y cayó en territorio de contracción por primera vez desde el 2016.

Dentro de la encuesta que viene con la publicación de dicho índice, los participantes mencionaron la incertidumbre provocada por la guerra comercial como el principal factor de preocupación y limitante al crecimiento.

Por otra parte, la encuesta mensual del Wall Street Journal que mide los niveles de confianza de la pequeña empresa en Estados Unidos cayó en agosto a su nivel más bajo desde el 2012.

Aunque el presidente Trump ha mencionado en diversas ocasiones que “las guerras comerciales son fáciles de ganar”, la realidad demuestra que su cruzada contra China viene con costos importantes para el crecimiento global.

El consuelo de la administración Trump es que, hasta ahora, el costo ha sido considerablemente mayor para el resto del mundo que para Estados Unidos. Aunque los orígenes de la guerra comercial contra China tienen cierto mérito —como terminar con el robo de tecnología y los abusos constantes de China en temas como los límites a la Inversión Extranjera Directa—, la falta de claridad sobre los objetivos principales de la estrategia de Trump y su personal estilo de negociación están generando niveles de incertidumbre y disrupción que no serán fáciles de revertir si se llega a un acuerdo.

Inicialmente, el objetivo explícito de la estrategia comercial de Trump contra China era el de reducir el déficit comercial con China en 200,000 millones de dólares para el 2020.

Este objetivo inicial, además de ser imposible de cumplir, demuestra el poco entendimiento que tiene la administración Trump de las razones detrás del déficit comercial, que ha sido una característica permanente de la economía americana durante los últimos 35 años, y que se debe principalmente a que los estadounidenses consumen mucho más de lo que ahorran.

Sin embargo, conforme ha pasado el tiempo, la postura de negociación de la administración Trump se ha vuelto cada vez más agresiva. Lo que empezó como una negociación comercial se está convirtiendo en una disputa geopolítica que va mucho más allá de la disminución del déficit comercial con China, y en la que EU apunta directo al corazón de la política industrial china.