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El encabezado de esta columna es una frase atribuida al escritor Franz Kafka (1883-1924). Dudo que haya sabido lo que es la vejez un hombre que vivió solamente 41 años. Además, me imagino que no fue feliz; era débil y enfermizo; con un padre dominante al que siempre le tuvo miedo y una madre pasiva y frustrante. Quiero pensar que esta circunstancia familiar en algo fue factor de su genialidad literaria.

La frase me gustó para titular este texto porque contiene el espíritu del mismo que está motivado por lo que el Director General Editorial de El Economista, Luis Miguel González, preguntó en su columna Caja Fuerte del miércoles pasado: ¿Está listo México para envejecer? En su texto, Luis Miguel razonó el cómo y el por qué México será, en una década, un país de viejos.

Supongo que un joven emprendedor, en lo escrito por el Director de este periódico, pudo percibir un área de oportunidad para hacer negocio en el mediano plazo: desarrollar residencias para dar atención a las personas de la tercera edad a las que sus familiares no puedan cuidar y que serán, según las estadísticas, numerosas.

A mí, que estoy en la mitad del séptimo piso, la descripción de Luis Miguel me llevó a sentirme involucrado en la alta tasa de crecimiento de adultos mayores, cosa de la que no soy responsable. A la vejez se llega, como al mundo, sin pedirlo, sin darse cuenta.

Vivimos en una época en la que la juventud es prioritaria, se gasta mucho dinero para parecer joven. La gente se quita la edad y compra productos antienvejecimiento como si envejecer fuera vergonzoso.

A través de los años, la sociedad ha creado un cliché de los viejos: somos desmemoriados, sordos, reumáticos, cascarrabias y aburridos; inútiles para aprender cosas nuevas y para trabajar. El estereotipo ha creado una corriente social a la que el médico gerontólogo estadounidense Robert Neil Butler (1927-2010) denominó edaísmo (ageism en inglés). El neologismo ha sido empleado para describir la imagen, aceptada por la mayoría, sobre la disminución de las facultades físicas y mentales que produce la edad y la discriminación que esta idea conlleva.

El escritor escocés-canadiense, Carl Honoré (1967), en su libro Elogio de la experiencia, editado por RBA libros y traducido al español por Francisco J. Ramos Mena, escribió contra esta teoría algo irrefutable: “El edaísmo tiene un rasgo distintivo que lo diferencia de otras formas de discriminación, como el racismo o el sexismo: comporta una considerable dosis de desprecio por uno mismo. Un supremacista blanco nunca será negro, y es improbable que un cerdo machista se convierta en mujer. Pero todos nosotros envejecemos. Caer en el edaísmo es, pues, denigrar y negar nuestro propio yo futuro”.

En la medida en que aumenta la cantidad de adultos mayores, el edaísmo envejece. En contraposición a éste surgió la revolución de la longevidad que propone una receta para envejecer mejor y de manera feliz: aprender continuamente; ejercitar el cuerpo y la mente; proyectar una actitud optimista; ejercer el sentido del humor. “La risa refuerza el sistema inmunitario, reduce el dolor y combate el estrés” –escribió Honoré.

En respuesta a la pregunta que hizo Luis Miguel González, debemos empezar a prepararnos erradicando los prejuicios edaístas. Consideremos la vejez como una etapa positiva de la vida y no como un inevitable precipicio. No confundamos edad con decadencia. Envejecer es un privilegio. Tener experiencia es poseer el mejor de los libros de autoayuda. Canas, calvicie y prótesis dentales; arrugas y flacidez muscular no significan derrota. La felicidad debe ser obligatoria hasta que nos llamen a cuentas.

Frases célebres.

En el tema de la edad, la mente manda sobre la materia. Si a ti no te preocupa, entonces no importa. Mark Twain (1835-1910)

No es que dejes de reír cuando te haces viejo; te haces viejo cuando dejas de reír. George Bernard Shaw (1856-1950)