Elecciones 2024
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La del martes no fue la primera vez que me ocurrió, pero espero sea la última.

La primera vez sería en el 2008. Sonó mi celular y una voz que quería ser entusiasta preguntó si yo era el titular del teléfono que contesté. No, no soy el titular porque el teléfono me lo proporciona una empresa para la cual trabajo. Con optimismo la voz me dijo: Amigo, no importa. Aunque el contrato del teléfono esté a nombre de una empresa, es el usuario el ganador del premio. Cuando dijo lo del premio me acordé que recientemente una amiga de mi mujer había caído en un caso de extorsión: según esto le habló un licenciado para anunciarle que se había ganado una camioneta. No me enteré bien de los detalles de cómo fue manipulada. La señora terminó comprando una tarjeta de crédito telefónico de 500 pesos, cuyo número-clave le dio al embaucador. Por supuesto, la camioneta no existía.

Sabedor de que lo del premio era mentira con el fin de extorsionarme dejé que el tipo continuara. Se identificó como el licenciado Nomeacuerdo y con una voz que se fue haciendo de merolico –como los niños que explican a los turistas las momias de Guanajuato- me dijo que era yo ganador de una camioneta último modelo. Antes de que me dijera lo que yo tenía que hacer para recoger la camioneta, le dije: Licenciado, un favor, tal vez no sea fácil pero inténtelo: métase la camioneta por el culo. Colgué.

EL SEGUNDO INTENTO

Esta vez no me vi tan ágil de mente. Un dato: tengo un sobrino, hijo de mi hermana, científico, de nombre Fernando, que de Guadalajara se fue becado por el Tecnológico de Monterrey a Massachusetts. Ahora es
profesor de la Universidad de Denver. En el momento de ocurrir lo que cuento lo hacía yo en Massachusetts. Teníamos varios años de no vernos ni platicar entre nosotros.

Sonó el teléfono de casa que está a nombre de mi esposa. En el identificador veo que la llamada procedía de un celular de Guadalajara. Diga. Hola, tío –escucho con voz tapatía-. No me pregunten por qué pero
supuse que era Fernando. ¿Dónde andas, Fernando? Aquí en el otro lado, tío. (Lo del otro lado me confirmaba que sí era Fernando y todavía yo de pendejo le pregunté): ¿Y qué, te llevaste tu celular de Guadalajara, o qué? Pues sí, tío, para no cambiar. Oye, mañana voy a México, te quiero pedir un favor: ve por mí al aeropuerto. (O este güey piensa que no trabajo o cree que el Defe es un pinche pueblito -pensé). Pues trataré. ¿Qué quieres que te lleve? Nada. No, tío, te voy a llevar algo que valga la pena, ¿qué tal un plasma? (Nótese cómo manipulan la codicia). Antes de ir a México el avión va a hacer una escala en Guadalajara. Dame el número de tu celular y te hablo para que le calcules el tiempo y pases por mí. Órale pues.

Al otro día, en mi celular, recibo una llamada de mi “sobrino Fernando”. Hola, tío, fíjate que tuve un problema aquí en la aduana. Te voy a pasar a una persona. Una voz ruda pero mal actuada me dice: Soy el teniente Valemadres, fíjese que su sobrino traía en su maleta, entre otras cosas, 28 mil dólares. Aquí es donde comienzo a desapendejarme. ¿Cómo un científico va a traer 28 mil dólares sin dar aviso? Teniente, ¿puedo hablar con mi sobrino? Me lo pasa. Dime, tío. Fernando, ¿cómo te apellidas? Ay, tío. ¿Cómo te apellidas?, le subo el tono. Ay, tío, pues (dice el apellido de mi mujer). ¿Qué dijiste: ya agarré un pendejo, no? Colgué.

TERCERA Y ÚLTIMA

El lunes escribía yo mi columna. Suena el teléfono, el de casa. Contesto. Una voz de hombre, un poco fuera de sí. ¿Es usted el esposo de la señora X? (dice el nombre de mi mujer). ¿Quién habla? Arturo. Arturo ¿qué? Arturo Yasemeolvidó, servidor y amigo. ¿Es usted el esposo de la señora X? (me da la impresión de estar drogado, además también habla como los niños que muestran Guanajuato desde el Pípila, pero su discurso no es articulado). Como puede me hace saber que por cuestión de unos papeles del predial la Familia Michoacana (aquí pensé: este güey además de haberse metido algo anda retrasado de noticias) le encargó levantar a la señora X, “por eso quiero hablar con su esposo porque podemos arreglarnos”. Le digo: Amigo Arturo, ¿me puede hacer un favor? El que usted guste. Chingue a su reputísima madre. Colgué.

Volvió a sonar el teléfono; era el mismo número. Contesté. Era la misma voz: El que va a chingar a su reputísima madre es usted, me dice. No sea copión -digo burlón-, eso ya lo dije yo. Colgué.

Suena otra vez el teléfono. Mismo número, misma voz. Me amenaza: Eres viejo, cabrón. Voy a matar a tus nietos. Como no tengo nietos, le dije: Órale, te encargo a Raúl, que es el más ojete de los 14. No aguanté la risa y colgué.

Hoy por la mañana mi mujer y yo fuimos a dar de baja el número y a pedir que el nuevo sea suprimido del directorio telefónico y del 040. Luego se los paso.