Elecciones 2024
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<em>Por el Embajador <strong>Juan Ramón de la Fuente</strong></em>

<em>Representante Permanente de México ante la ONU</em>

<em>Premio Nacional de Ciencias 2007 </em>

<em>Twitter: <a href=”https://twitter.com/MexOnu” target=”_blank” rel=”noopener noreferrer”>@MexOnu   </a></em>

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<a href=”https://www.eluniversal.com.mx/opinion/juan-ramon-de-la-fuente/la-ciencia-y-el-covid-19″ target=”_blank” rel=”noopener noreferrer”>Texto publicado originalmente en El Universal</a>.

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La pandemia que nos agobia ha generado, desde sus manifestaciones iniciales, más preguntas que respuestas. Acaso eso explica parte de la angustia que supongo, todos hemos experimentado, aunque en grados diversos y seguramente también, con matices muy personales. Preguntas básicas tales como: ¿cuántos infectados hay?, ¿cuántos se mueren?, ¿se contagian los niños? o bien, si ya me dio ¿me puede volver a dar?, ¿hay alguna cura efectiva? sólo han encontrado respuestas aproximadas, cambiantes y a veces, aún contradictorias. Agregue usted el ocultamiento deliberado de cifras (o la sospecha de que esto ocurre), las fake news y la tentación de distorsionar los hechos para obtener algún beneficio. El resultado es un caos informativo en el que resulta difícil discernir qué es cierto y que no lo es. Estamos sujetos a un bombardeo cotidiano de noticias y comentarios de toda índole. Si algo ha faltado ha sido escuchar más a la ciencia.

Por mi formación y mi experiencia profesional, creo en la ciencia con convicción y la defiendo. También conozco sus límites. La ciencia tiene un compromiso ineludible con la verdad, obliga a tener rigor en el análisis y ponderación en el juicio. Para florecer, la ciencia requiere creatividad e imaginación. Necesita espacios para el ensayo y el error. La ciencia puede ser un instrumento del desarrollo con justicia, cuando dirime disputas con base en evidencias. A mí me ha resultado siempre particularmente atractiva la dimensión subversiva de la ciencia. La ciencia que confronta (con argumentos, por supuesto) que desafía, que reta, se convierte en una suerte de subversión constructiva. No hay que temerle a la confrontación sustentada en evidencias. Es la única vía razonable que conozco para aclarar dudas y enmendar rumbos, si es necesario.

Recientemente tuve la oportunidad de participar en un foro virtual convocado por la ONU sobre la ciencia del COVID. Concurrieron personalidades distinguidas: Premios Nobel, líderes de reputadas instituciones de ciencia, analistas rigurosos de diversas disciplinas, partes interesadas. Mi intervención fue breve y concisa, en resumen: la ciencia es nuestra mejor aliada. La tecnología y la innovación son herramientas fundamentales para superar la crisis sanitaria: ¿qué son si no, las vacunas, los medicamentos, las pruebas de laboratorio que necesitamos? Los expertos nos ilustraron. Revisaron con rigor, como corresponde, qué ofrece la ciencia frente a la pandemia, qué nos ha dicho, qué no nos ha podido decir y qué nos puede decir en un futuro. No tengo dudas: la puerta de salida de la crisis sanitaria está en la ciencia.

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<h3><strong>Vacunas </strong></h3>
Una vacuna segura y eficaz sería, en teoría, nuestra mejor opción. Se estima que en el mundo hay más de 150 proyectos en marcha para desarrollar una vacuna contra el SARS-CoV-2. Algunos han hecho públicos sus avances. Otros han preferido el sigilo. Calculo que estudios clínicos como tales, hay tan solo una docena, hasta ahora. Se sabe de dos de ellos que han empezado a inocular a personas voluntarias, previo consentimiento informado y bajo una vigilancia médica rigurosa. No hay una forma única de hacer vacunas, pero el propósito de todas es el mismo: conferir inmunidad, protección contra un agente dañino. El avance de la biología molecular ha sido espectacular. Habitualmente desarrollar una vacuna toma varios años. La carrera hoy está desbocada, con lo bueno y lo malo que ello implica. Seguramente habrá vacuna en tiempo record.

Pero ¿será realmente segura? Primo non nocere, lo primero es no hacer daño, reza uno de los principios éticos más sólidos de la medicina. ¿Qué tanto es tantito? y, aún si se conociera algún daño potencial (efectos secundarios indeseables los hay casi siempre), en la relación de costo/beneficio ¿se justificará la aplicación de la vacuna? El otro gran tema es la eficacia. No es lo mismo conferir inmunidad total que parcial, o permanente que transitoria, y en su caso, ¿por cuanto tiempo? El reto es cómo probarla. Los modelos animales ayudan, pero no resuelven del todo ¿Es ético inocular voluntarios y exponerlos deliberadamente al virus para probar si una vacuna es eficaz? La simple pregunta te quita el sueño. Una salida en falso, en cualquier caso, sería muy costosa.

Menciono brevemente, sin que sean menores, otros asuntos que tienen que ver con la geopolítica y los costos. Basta recordar que hay una gran presión de algunos líderes políticos por ser los primeros en anunciarle al mundo que ya tienen una vacuna y, sin duda, las inversiones son cuantiosas. La Cancillería mexicana participó en el grupo convocado por la Comisión Europea para el desarrollo de una vacuna. El proyecto cuenta con un presupuesto inicial de ocho mil millones de dólares. Fue un gran acierto lograr que México pudiera formar parte del proyecto. Tenemos institutos de salud que pueden colaborar con los mejores del mundo. En la historia de las vacunas, se estima que sólo el 6% de los proyectos alcanzan su objetivo. Ya veremos cuáles llegan.

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<h3><strong>Medicamentos </strong></h3>
La búsqueda de un tratamiento eficaz, capaz de eliminar o neutralizar los efectos del SARS-CoV-2, representa otra buena opción para superar la pandemia. A diferencia de las vacunas que pretenden prevenir y se aplican en las personas sanas, los medicamentos pretenden curar a los ya infectados. No es fácil frente a un virus nuevo desarrollar con rapidez un medicamento antiviral efectivo. Se ha pensado que medicamentos eficaces frente a otros virus similares pudieran tener ahora algún valor. Tan sólo en Estados Unidos se tienen registrados 72 proyectos probando medicamentos diversos con estos fines.

La emergencia sanitaria ha propiciado que ocurran cosas en la ciencia que habitualmente no pasan. Tal es el caso del Remdesivir, un medicamento desarrollado originalmente para el tratamiento de la hepatitis y del Ébola. Estaba prácticamente en el olvido. Como es un medicamento bastante seguro se autorizó inicialmente su uso por “razones humanitarias”. Un estudio chino publicado recientemente en The Lancet, una de las revistas médicas más prestigiadas, mostró no ser de beneficio en enfermos graves. Otro estudio, también con un diseño científico riguroso, mostró que los enfermos tratados con este medicamento tardaban menos tiempo en recuperarse. Sin embargo, las tasas de mortalidad no se modificaron. En suma, conviene tener cautela antes de cantar victoria. Empiezan a realizarse estudios multinacionales con este medicamento. La Cancillería mexicana, en otro acierto estimable, logró que México quedara incluido.

Otros medicamentos como la hidroxicloroquina, usada frecuentemente en el tratamiento del paludismo, pudiera tener efectos benéficos si se usa en fases tempranas, pero no está científicamente comprobado. También se experimenta con algunas transfusiones de plasma de personas recuperadas que fueron infectadas y han desarrollado anticuerpos. Este enfoque es muy prometedor. El uso de anticuerpos (naturales o clonados) que neutralicen al virus, representa una opción que los expertos ven factible en un futuro cercano. En su conjunto, el enfoque terapéutico puede avanzar más rápidamente que el de las vacunas.
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<h3><strong>Pruebas de laboratorio </strong></h3>
En término generales, existen dos tipos de pruebas que pueden ser de gran utilidad en la pandemia. Las que nos permiten corroborar un diagnóstico, porque son capaces de identificar la presencia del virus en el organismo, y las que nos permiten saber si hubo exposición al virus en el pasado y, en consecuencia, identificar si la persona expuesta desarrolló anticuerpos que circulan en su sangre. Conviene señalar que ninguna prueba es cien por ciento segura. Pero eso es lo que ocurre con casi todas las pruebas médicas y no por eso dejamos de usarlas. Hay que saber usarlas.

Bajo prescripción médica y con una interpretación adecuada, las pruebas pueden ser útiles para el enfermo, sus familiares y la comunidad en la que conviven. Pruebas sin ton ni son no tienen mucho sentido, pero bajo premisas claras pueden ser oportunas y relevantes. Hay que empezar por utilizar sólo aquellas pruebas que han sido debidamente evaluadas por expertos autorizados. En el contexto actual, y frente a la desesperación de muchas personas, han surgido pruebas “patito”. La ciencia es la que nos puede ayudar a diferenciar unas de otras. Regular con rigor científico no significa prohibir sin evidencias. Hay que evitar el contrabando que puede abrir un mercado negro en la medida en la que haya demanda. Me parece que ese puede ser el peor escenario: pruebas ilegales, de mala calidad, que confunden a los médicos y estafan a los pacientes.

Para un regreso más seguro a la actividad económica, las pruebas pueden ser útiles. No son el único criterio ni la última palabra, pero en la medida que nos den información científicamente validada, pueden ayudarnos a identificar quiénes tienen menor riesgo de contagiarse mientras dure la pandemia. La ciencia es nuestra aliada, no nuestra adversaria.
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