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Los punzantes alegatos de Thomas Frank contra la ceguera del establishment demócrata, pueden leerse en sus colaboraciones recientes para The Guardian, y en su libro Listen, liberal, del que el propio Frank ha hecho una buena síntesis en BillMoyers.com. Aquí las ligas: (http://bit.ly/2aerzQl), (http://bit.ly/2aNvjd9) , (http://bit.ly/1pHosb0)

La intuición rectora de Frank es que una élite meritocrática extraordinariamente exitosa, educada en las mejores universidades, enamorada de la globalización y sus saltos civilizatorios, apenas puede ver, o ve con desdén, al enorme contingente humano que ha sido dejado atrás por la globalización, y no tiene esperanza alguna de recuperarse, precisamente por los grandes saltos de la tecnología y el conocimiento, ese implacable mundo del futuro que ya es la parte más productiva, competida, creativa y destructiva de nuestro presente.

Los dos últimos gobiernos demócratas, ocho años de Bill Clinton en los noventa y ocho de Obama después de la crisis del 2008, han estado en manos de eso que Thomas Frank llama la nueva “clase profesional”, la cohorte de the best and the brightest (los mejores y más brillantes): “una tribu de alegres creyentes en la globalización y sus clases favorecidas”.

Dice Frank, con vehemencia, acidez y cadencia difíciles de traducir:

“Piénsenlo así: Durante años, la ortodoxia republicana en materia de libre comercio hizo posible que los demócratas negociaran a la clase trabajadora, protegidos de todo riesgo político por el consenso bipartidista. Pasaron volando el Nafta por el Congreso, hicieron tratos de libre comercio con China, negociaron el Trans Pacific Partnership, fueron a sus conferencias en Davos y se felicitaron por ser tan globales y tan ilustrados, seguros de que la gente, cuyas vidas habían arruinado con esos tratos, no tenía ‘para dónde hacerse’”

Sigue Frank:

“La entrega demócrata de sus partidarios fue una traición, pero les permitió ganar elecciones. La estrategia tuvo particular éxito en los noventa, cuando los republicanos eran puristas del mercado y la clase trabajadora, de verdad, no tenía ‘para dónde hacerse’. Los clintonitas de 2016 vuelven instintivamente a desdeñar las angustias de la gente que trabaja, pero deberían pensar esto: quizá esa gente ya encontró un lugar “a dónde hacerse’”.

Ese lugar fue Sanders en las primarias demócratas y puede ser Trump en el otoño.

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