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Con el impeachment de su presidenta Dilma Rousseff, Brasil ha convertido su crisis política en una crisis institucional, dice Flavia Marreiro en su análisis de El País (14 de mayo, 2016).

El trasfondo de la destitución de Rousseff es el escándalo de corrupción en Petrobras, escenificado durante la última década por buena parte de la élite económica y política de Brasil.

Rousseff ha sido destituida también como secuela de la crisis económica brasileña, hija del fin del auge de los precios del petróleo y otras materias primas.

Aquel auge permitió a Brasil elevar su ingreso per cápita de 2 mil 500 dólares en 2001 a 13 mil 500 en 2010 y sacar de la pobreza a 30 millones de brasileños (http://www.vox.com/cards/dilma-rousseff-impeachment-suspension/rousseff-pt).

Sin la crisis de corrupción y la crisis de la economía, Brasil quizá nunca hubiera llegado al proceso de impeachment de Rousseff.

Pero Rousseff no está asociada directamente al escándalo de Petrobras: no ha sido acusada por eso. La acusación contra ella es que manipuló las cuentas del presupuesto para disminuir la cifra del déficit. Presentó como activos lo que eran en realidad préstamos de bancos estatales.

Lo que hemos visto en el impeachment de Rousseff es la miseria institucional del presidencialismo brasileño, cuyo titular está siempre a merced del Congreso.

Hay como 30 partidos en Brasil. El gobierno es siempre minoría en el Congreso. Para gobernar está obligado a alianzas precarias de gobierno, y a tratos clientelares, por su mayor parte corruptos, con el Congreso.

El 65 por ciento de los congresistas brasileños enfrentan cargos de corrupción. La gobernabilidad brasileña está atada con los alfileres de las prebendas y los sobornos.

Rousseff fue entregada al impeachment por sus aliados de centro derecha. El vicepresidente Michel Temer, quien rompió la alianza de su partido con Rousseff, es el nuevo presidente.

Disuelta la alianza, el Congreso dio paso a la única pasión que puede unirlo: castigar al gobierno. Esta vez, quitando a Rousseff.

Brasil está en manos de la inestabilidad de una asamblea que ha sumado a sus poderes ejercidos el novísimo y extraordinario poder de destituir al presidente.

Será una sorpresa que pueda salir algo estable de ese cuerpo sin mayoría. Un Congreso sin rienda.

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