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Hablé ayer del aumento de la brutalidad criminal contra miembros de las fuerzas armadas como un factor disparador de respuestas brutales.

En la recreación de una plática con un mando militar, Federico Reyes Heroles ofreció la semana pasada una versión aterradora del asunto. Abusaré de la cita del relato de Reyes Heroles porque su poder expresivo es insustituible.

Le dice el mando militar:

Cuando agarran a uno de los nuestros, los castran y les enseñan sus bolas para que las vean, después los dejan desangrarse o les mochan los dedos o las orejas para mandarles fotos a los familiares. A muchos les sacan los ojos uno por uno, los levantan y los ponen a caminar ciegos, los empujan, los vejan, los patean y después de un rato les dan el tiro de gracia.

Tenemos instrucciones de no contarle a nadie, ni a nuestras familias. Pero con el silencio basta y sobra para que se piense lo peor. Pero los deudos sí hablan, ven los cadáveres y quedan horrorizados. Por eso le digo que los derechos humanos son inhumanos, lo humano es vengarse, llevar ese sentimiento.

Los mandos no pueden hacer públicos estos horrores, amedrentarían a la tropa… Cada vez que salgo, mi vieja me mira como si fuera la última vez, creo que le preocupa más cómo me van a matar que la muerte misma. Esta es mi vocación, soy militar de hueso y no me arrepiento, pero estamos en una gran trampa.

Si contamos lo que nos hacen, nos ponemos la soga al cuello. Todo mundo va a decir que torturamos, que matamos por venganza. Y por supuesto que no es así, estamos entrenados. Somos hombres de armas, profesionales. Pero le mentiría si le dijera que no hay odio en contra de estos hijos de su… La otra posibilidad, no contarles nada a ustedes (los civiles), también es un engaño.

Por eso la trampa: si contamos, en automático van a esperar de nosotros atrocidades. Pero si no contamos, no se entiende lo que estamos viviendo (La trampa, Reforma 5/10/16).

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