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Históricamente hablando, los políticos son la élite definitoria de los desastres y de los logros de México. A lo largo de nuestra historia, los hombres de poder político: próceres, militares, caudillos, dictadores, presidentes, han tenido una autonomía enorme respecto de su sociedad.

No han tenido contrapesos en grandes empresarios, grandes científicos, grandes innovadores tecnológicos, grandes innovadores educativos o grandes organizadores sociales.

No han tenido nunca gran competencia histórica por parte de la innovación científica, de la innovación del mercado; de la opinión pública o de la crítica intelectual.

Los límites al poder de los políticos sobre el país han sido puestos por sus querellas internas —guerras civiles, disputas políticas— y por las invasiones extranjeras, en particular la estadunidense, que no sólo se llevó la mitad del territorio sino que se plantó desde entonces, en el norte, a la vez como una sombra amenazante y como un imán irresistible.

La fuerza constructora y destructora de México ha sido la política: lo que hacen el Estado y los gobiernos que lo encarnan. Ningún científico mexicano ha inventado en México algo que cambiara profundamente al país y al mundo: la electricidad, la penicilina o el automóvil.

Ningún empresario mexicano ha construido aquí las empresas fundamentales del desarrollo moderno, ni los trenes, ni las carreteras, ni la electricidad, ni el petróleo.

De modo que las élites políticas han tenido el monopolio del cambio, de la construcción y la destrucción de nuestro país.

Y han tenido buenos momentos y momentos muy malos. Pero, sobre todo, han tenido una gran autonomía respecto de lo que puede inventar su sociedad para contenerlos, encauzarlos, corregirlos o castigarlos.

Ahora, en el siglo XXI, empezábamos a tener contrapesos democráticos para esos políticos. Han sido borrados casi todos en los últimos seis años.

Empezamos una nueva época de autonomía de los políticos frente a su sociedad y sobre sus adversarios.

Se formalizó este lunes, con la entronización de un Poder Judicial fabricado fraudulentamente, esa nueva época de gran autonomía de los políticos respecto de su sociedad: gobierno sin contrapesos, presidencia todopoderosa y república sin división de poderes.

México está otra vez a merced de sus políticos en el poder, con la soberbia y la sordera correspondientes.