Elecciones 2024
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Hoy se celebra el centésimo segundo aniversario de la Constitución Mexicana. Para elaborar mi columna recurriré a un pastiche conformado por las ideas que leí de José Fuentes Mares, Félix F. Palavicini, Pedro Castro y de Gonzalo N. Santos –uno de los padres fundadores de la corrupción posrevolucionaria.

Comenzaré con El Plan de Guadalupe, redactado el 26 de marzo de 1913, en la hacienda del mismo nombre en el municipio de Ramos Arizpe, estado de Coahuila, signado por el gobernador de la entidad, don Venustiano Carranza, en el que se deslegitimizaba al gobierno espurio de Victoriano Huerta y se convocaba a formar el Ejército Constitucionalista para recobrar la regencia republicana de la Constitución de 1857. Setenta jefes y oficiales revolucionarios estuvieron de acuerdo con el precitado plan y reconocieron como Jefe del Ejército Constitucionalista a don Venustiano. Se aprobó la moción de que al entrar a la Ciudad de México don Venusino –así le dijo el Loco Valdés años después- sería provisionalmente Presidente de la República, pondría en vigencia la Constitución del 57 y convocaría a elecciones. Ante el empuje del constitucionalismo, Victoriano Huerta, presentó su dimisión en julio del año catorce.

El 1º de octubre, Carranza convoca a la Gran Convención de Jefes Militares con mando de fuerza y Gobernadores de los estados, a celebrarse en la Cámara de Diputados de la capital del país a partir del día 10 del mismo mes; pocos días después los “Jefes Militares con mando de fuerza” –principalmente Francisco Villa- trasladan la Convención a Aguascalientes, ciudad que le dio nombre a la reunión. Ahí Pancho Villa propuso que don Venustiano dejara la presidencia del país y él, a cambio, desmantelaría su División del Norte; además nombraron presidente interino al general Eulalio Gutiérrez, era algo así como en la actualidad un semáforo a las doce de la noche, es decir, nadie lo respetaba.

Pero don Venustiano no renunció, por el contrario salió de la capital con la idea de fortalecerse. Se instaló en Veracruz. El general Álvaro Obregón, fue nombrado, con otros generales convencionistas, encargado de notificarle a Carranza que la Convención de Aguascalientes decidió darle agua. El coahuilense que ya venía de regreso a la Ciudad de México, recibió a la comisión defenestradora en Córdoba y de súbito el sonorense que todavía tenía 20 uñas, se acuerda que le conviene más estar cerca de don Venus que de la convención. Por su parte el general Gutiérrez –presidente provisional según la Convención- deja la capital, pero no el gobierno, en los primeros días de 1915. En el juego de vencidas que sostenían villistas y zapatistas les toca a éstos nombrar otro presidente sustituto, lo hacen y el nombramiento recae en el licenciado Roque González Garza –más inútil que un claxon de avión. Y así se dio la surrealista circunstancia de que México contara con tres presidentes a la vez.

Aquí comenzó la parte más sangrienta de la revolución, entre el carrancismo, con Obregón de aliado provisional; el villismo y el zapatismo. (¡Arriba la menstruación  mexicana! –gritó un pelao. Está usted equivocado amigo –lo corrigió otro. No es menstruación es revolución. Es igual, lo importante es que corra la sangre).

De regreso a la presidencia provisional, Carranza y sus colaboradores constitucionalistas, perciben que la del 57 es una Constitución obsoleta. Fue el 14 de septiembre de 1916 cuando el gobierno expide dos decretos: uno, convocando a elecciones municipales en todo el país, y otro, convocando a un Congreso Constituyente en la Ciudad de Querétaro. Éste se llevó a cabo del 1º de diciembre de 1916 al 31 de enero del 2017 en el Teatro Iturbide –hoy Teatro de la República- de la capital queretana. El 5 de febrero de hace 102 años se promulgó oficialmente la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. La primera en el mundo en incluir derechos sociales por lo que fue considerada avanzada para su época.

La Constitución que entró en vigor a partir del 1º de mayo de 1917 es, con más de 700 cambios y millones de violaciones, la que actualmente rige en nuestro país.

Gonzalo N. Santos, propietario de la credencial 6 del Partido Nacional Revolucionario –primer antecedente del PRI-, acuñó y llevó a la práctica frases como la muy conocida de “en política la moral es un árbol que da moras”. Otra de éstas era la de “darle tormento a la Constitución”. Esto es acomodar la Constitución a conveniencia o, simplemente pasársela por el Arco de la Revolución, primer nombre que tuvo el Monumento, hoy Mausoleo donde descansan los restos de los próceres revolucionarios aunque se hayan asesinado y hecho pedazos entre ellos.

En su libro de Memorias, Santos hace alarde de las muchas veces que le dio tormento a la Constitución, como cuando fue senador y diputado al mismo tiempo o cuando en complicidad con el que era secretario de Gobernación, Miguel Alemán Valdés, atormentaron la Carta Magna para que él fuera el primer gobernador (San Luis Potosí) posrevolucionario durante un periodo sexenal.

Dos frases más que el cacique potosino consigna en su libro son las que rezan: “El que es gavilán no chilla”, que para el escribiente significa “el que se lleva se aguanta”; la otra es: “Cartucheras al cañón, quepan o no quepan”, que el autor de lo que usted lee interpreta como “la refinería de dos bocas es inviable pero al presidente no se le contradice”.