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En ocasiones anteriores he comentado con ustedes que la soberbia es una enfermedad que, en sus casos más graves, puede ocasionar la muerte civil de los políticos que la padecen.

Pero la forma de comportarse de los gobiernos —de todos los colores— ha provocado que en la sociedad mexicana surja otro padecimiento igual de grave: la apatía. Y  cuando la apatía ciudadana se mezcla con la soberbia y la corrupción política, el resultado es un cóctel peligroso para el país.

“No voto porque al final siempre quedan los mismos, ¿para qué…? Yo voto nada más para que me sellen la credencial, de todos modos el gobierno no sirve para nada… Me siguen cobrando piso”, son algunas frases que se escuchan con frecuencia. Son producto del desencanto con los gobiernos, insisto, de todos los colores e ideologías.

Pero eso sí, cuando los gobernantes toman decisiones con las que no coincidimos, entonces brincamos y protestamos, diciendo que no estamos de acuerdo.

Traigo a colación todo esto por una situación que se dio en el pueblo de donde soy. La semana pasada, el presidente municipal llegó en una “gira de trabajo” para definir los detalles del arreglo de uno de los caminos de acceso.

Hace poco más de un mes hubo una junta donde los delegados municipales propusieron que, si la población ayudaba con la mano de obra, los trabajos avanzarían mucho más rápido. Por mayoría se acordó apoyar el proyecto.

Un amigo, a quien aprecio mucho, no asistió a ninguna de las reuniones. Días después, en una plática en mi casa, me dijo que no estaba de acuerdo con el proyecto y que no pensaba cooperar, porque la reparación había sido una promesa de campaña. Mencionó a varias personas que tampoco estaban de acuerdo, pero que en las reuniones guardaron silencio e incluso aplaudieron la propuesta del presidente.

Respeto su postura, porque tiene argumentos sólidos: primero, fue una promesa de campaña que el alcalde debía cumplir “sin que al pueblo le costara”; y segundo, propone buscar apoyo entre las empresas que se benefician de la comunidad.

Pero independientemente de lo razonable que parezcan sus ideas, lo cuestionable es que no habló cuando debía hacerlo. Lo mismo aplica para quienes callaron y ahora se dicen inconformes.

Los mexicanos debemos sacudirnos la apatía y hablar cuando hay que hablar, exigir cuentas a quienes gobiernan y dejar de conformarnos con que las cosas sigan igual.

Nuestra apatía se vuelve un cheque en blanco para que los malos funcionarios hagan sus chanchullos. Y ellos lo saben: mientras no digamos nada, continuarán haciendo de las suyas.

 EN EL TINTERO

Las inundaciones y los muertos en Veracruz son una clara muestra de que hace falta el Atlas de Protección Civil del país. Reitero: si lo tienen… ¡úsenlo!

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