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El presidente se negó a condenar en la OEA al dictador Daniel Ortega, que llama “hijos de perra” a los presos de conciencia; y apoyó ayer a la dictadura cubana, que volvió a ordenar a los cubanos a pelearse a palos entre ellos mismos en las calles.

Los apoya porque sigue un reflejo ideológico condicionado, y porque ambas dictaduras son aliadas del gobierno mexicano. Pero el presidente debería medir el impacto de sus expresiones de apoyo a este manual autoritario.

Sobre la represión del régimen cubano a las protestas pacíficas que la oposición cubana había programado para ayer, el mandatario dijo que la dictadura “merece toda nuestra admiración y todo nuestro respeto”.

Se ve pésimo en un presidente electo en un proceso democrático ese elogio a una dictadura, en la cual jamás habría podido sobrevivir ni un minuto alguien de su talante: líder en clausuras de pozos petroleros del Estado y cerrador de grandes avenidas.

Porque ese manual autoritario, que enfrenta a los ciudadanos entre ellos en una modalidad atroz de guerra civil y de ruin chivatería, va de la mano con la división entre los mexicanos que siembra aquí el propio presidente.

Quienes no lo apoyan, tienen de su parte calificativos desagradables. El poeta Gabriel Said hizo un catálogo:

Alcahuete, blanquito, camajanes, chachalaca, conservador, desvergonzado, espurio, farsante, fifí, fresa, machuchón, mafiosillo, maiceado, mapachada de angora, matraquero, minoría rapaz, monarca de moronga azul, pandilla de rufianes, piltrafa moral, pirrurris, reaccionario de abolengo, sepulcro blanqueado…

Y a la clase media, casi a la mitad del país (40 por ciento según el INEGI) le llama “individualista, que le da la espalda al prójimo, aspiracionista, sin escrúpulos morales de ninguna índole, partidarios de que el que no transa, no avanza”.

Pues, ojo, eh: esos calificativos del presidente son el principal ingrediente de lo que el catedrático del CIDE Rafael Rojas describió ayer, a propósito de la represión en Cuba por parte de la dictadura a los opositores:

“De manual del nuevo autoritarismo latinoamericano lo que pasa en Cuba. Organizas actos de repudio, bloqueas la salida de los activistas de sus casas con turbas o improvisados arrestos policiacos domiciliarios y luego dices que los opositores son “grupúsculos, sin apoyo popular”.

El sátrapa Ortega, que mantiene encarcelados a siete excandidatos presidenciales y decenas de jueces, activistas, periodistas, peluqueros, artesanos, campesinos, se refirió a ellos la semana pasada como “esos que están presos son unos hijos de perra”.

Lo peor es que son los propios líderes populistas quienes provocan una dinámica de ofensas durante sus gobiernos, por lo que sus oponentes les repiten la misma medicina. Sólo que, ellos sí, devuelven el golpe, desde el poder… y es demoledor.

Porque, al final, son jarritos de Tlaquepaque.