Hoy, su muerte que deploro tanto lo libra del horror que se avecina en la impartición de justicia “popular”, la dinamitación de los contrapesos y la división de poderes
Desde que lo conocí (1977), por la relevancia de los casos que desde entonces representó, creo que nunca pasó más de un año sin que yo entrevistara al abogado Juan Velasquez, fallecido ayer.
Aprendí pronto a respetarlo y quererlo, en correspondencia con el trato de amigo que me dispensó.
Celebrábamos que se le aludiera como “Abogado del Diablo”, convencidos de que hasta los peores criminales tienen derecho a la presunción de inocencia y a contar con una defensa legal de calidad.
Prestó exitosamente sus servicios lo mismo a Luis Echeverría y José López Portillo que a David Alfaro Siqueiros, el cardenal Norberto Rivera y el falso “segundo tirador” en Lomas Taurinas, Othón Cortés.
La mayor y quizás única imprudencia de su vida fue recomendar en el zedillato a Pablo Chapa Bezanilla para fiscal especial y caer en la trampa de poner en sus manos a Raúl Salinas de Gortari con el señuelo de ratificar una declaración ministerial, pero que fue detenido y acusado con puras patrañas de haber ordenado el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu.
En los años recientes se especializó como casi nadie en el caso Ayotzinapa, en la fabricación de delitos a militares en el obradorato y en la injusta detención del divisionario Salvador Cienfuegos.
Catedrático, la comunidad de la Facultad de Derecho de la UNAM lamenta su deceso, como supongo lo harán el Ejército y la Marina, que lo condecoraron en varias ocasiones y en cuyos Colegio de la Defensa y la Universidad Naval dio cursos y conferencias.
El 7 y 8 de febrero pasado tuve con él mi última charla para El asalto… de MILENIO tv sobre la demencial reapertura del caso Colosio que impulsó desde la CNDH Rosario Piedra para liberar al homicida intelectual, material, confeso y sentenciado de Colosio.
Me recordó que conocía el caso muy bien por haber representado en la investigación a la viuda, Diana Laura Riojas, “en una primera investigación, la de don Miguel Montes; en una segunda, de doña Olga Islas, y luego tuve que ver con la del fiscal ése alucinado (no mencionaba a Chapa Bezanilla) y al final comparecí en la de Luis Raúl González Pérez, el último fiscal (…). En esas investigaciones intervino el Sherlock Holmes mexicano, el doctor Rafael Moreno González, padre de la criminalística y maestro de todos los criminalistas después, y José Trinidad Larrieta, el gran gran investigador policiaco (jefe de la extinta Oficina Especial del Caso Iguala de la CNDH), para que se concluyera que había habido un asesino solitario: Mario Aburto…”.
Como buenos amigos, en su casa o en la mía, Juan y yo alcanzamos a platicar sobre el desastre que se cernía sobre México desde que López Obrador traicionó su promesa (al recibir su constancia de presidente) de respetar al Poder Judicial. México le dolía.
Hoy, su muerte que deploro tanto lo libra del horror que se avecina en la impartición de justicia “popular”, la dinamitación de los contrapesos y la división de poderes…